El pueblo de Dios no conoce diferencias: ni de origen, ni de estatus, ni de género. Pero hay otras desigualdades que se necesitan. Porque “seas quien seas, estás llamado a ser una bendición para todos los demás”.
“Tenemos una palabra conocida”, dijo el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider el 27 de septiembre de 2024 en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) y leyó en voz alta Gálatas 3:27-28: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
La misma meta
“Para decirlo muy claramente: Dios no tiene preferencias”, subrayó el Apóstol Mayor. “Dios ama a todos los países y a todas las personas con el mismo amor”. Esto también deja claro que “todos los hijos de Dios pueden alcanzar la salvación”. Y “todos reciben exactamente lo mismo: la vida eterna”.
El mismo camino
La condición previa para todos: “Debemos revestirnos de Cristo”, como dice la Biblia. Esto incluye: “Debemos ser bautizados y sellados, debemos renacer de agua y del Espíritu”. Pero eso no basta: “Quien se reviste de Cristo ya no puede mentir ni envidiar a su prójimo ni usar la violencia. Estos son solo tres ejemplos. Renunciamos al mal”.
La misma ayuda
Dios nos ayuda, aclara el dirigente de la Iglesia: “Él nos ayuda a través de su palabra. Y la misma palabra vale para todos”. Además, “todos hemos recibido exactamente el mismo don del Espíritu Santo”. Y finalmente, “todos recibimos exactamente la misma Santa Cena”. Pero “el efecto de esta ayuda depende de nosotros, de las decisiones que tomemos”.
La misma justicia
Las situaciones de vida son muy diferentes, explicó el Apóstol Mayor: unos son ricos, otros pobres, unos están sanos, otros enfermos, unos viven en paz, otros en guerra. “¿Por qué Dios permite esto? Se podría decir que es injusto”. Pero “sabemos que ama a todos sus hijos con el mismo amor. Confiamos en la justicia de Dios”.
Porque “Dios siempre nos da lo que necesitamos para afrontar cada situación”. Además, “incluso cuando se trata de pecado, Dios tiene en cuenta nuestra situación. Solo Él mide nuestra culpa”. Y, en tercer lugar, “Dios exige mucho más de aquellos a quienes da más”.
Las desigualdades necesarias
Sin embargo, “no todos tenemos que llegar a ser iguales. No hay que renunciar a la propia personalidad”. Más bien, “si nos hemos revestido de Cristo, podemos aceptar a nuestro prójimo como Cristo lo acepta”.
Es más, “necesitamos estas diferencias. Todos son necesarios en la Obra de Dios”. Porque, por un lado, “Dios necesita testigos, ejemplos y modelos que demuestren que es posible seguir a Cristo incluso en determinada situación concreta”. Y, por otro lado, “llegará el día en que todos te necesitaremos precisamente a ti. Y Dios te utilizará como herramienta para ayudarnos a todos”.
“Tú, seas quien seas, estás llamado a ser una bendición para todos los demás”, dijo el Apóstol Mayor para concluir: “Todos los que se han revestido de Cristo pueden ser y serán una fuente de bendición para los demás”.