Era un verdadero cofre del tesoro: hecho de madera de acacia, decorado con abundante oro por dentro y por fuera, colgado de dos varas de apoyo, cerrado con una preciosa tapa… solo eso lo hacía especialmente valioso. Pero lo más valioso era su contenido…
El llamado arca del pacto era, sin duda, un objeto especial y sumamente sagrado en el antiguo Israel, venerado cultualmente. Dondequiera que estuviera el pueblo, allí estaba el arca del pacto. No en alguna sala cerrada de un templo –eso vino después– sino en medio del pueblo: ¡visible, respetada, vigilada! Y hoy, sin embargo, todavía no hay rastro alguno de ella. ¡Lamentablemente! No importa cuántos arqueólogos, investigadores de la antigüedad o ladrones de tumbas la hayan buscado: no se la puede encontrar. Esta es probablemente una de las razones por las que han surgido muchas leyendas en torno a ella: algunos dicen que fue llevada a Etiopía. Jeremías la ocultó, dicen otros. En cualquier caso, su valor sería inconmensurable para los estándares actuales, quizás precisamente por estas numerosas historias.
Sin embargo, para los devotos judíos de la antigüedad era algo más que un simple tesoro de oro: ¡era una prueba de la presencia permanente de Dios! Formaba parte del templo de Dios y servía, en especial en relación al templo, como trono y lugar de manifestación del Dios todopoderoso. En todo momento, por contener las dos tablas de piedra con los Diez Mandamientos, recordaba al pueblo la experiencia del Sinaí de su patriarca Moisés. Era la memoria de la nación de aquella época. Y aún más: al poder ser transportada, el lugar del encuentro con Dios pasaba a ser móvil. Así, el arca móvil era entonces el signo visible de que Dios se encuentra en medio de Israel y se puede manifestar en todo lugar. De este modo se excluía que la manifestación de Dios ocurriera solo en un lugar específico.
Cómo surgió
Según la Torá, la construcción del arca del pacto o arca del testimonio fue ordenada por Dios. Las dimensiones –unos 130 cm de largo, 80 cm de ancho y 80 cm de alto– estaban prescritas, al igual que la forma exterior: madera de acacia cubierta de oro. Dos varas de madera para el transporte metidas en anillos dorados aseguraban su uso móvil. En la epístola a los Hebreos del Nuevo Testamento, el capítulo 9 describe en detalle la cubierta removible (capporet), también llamada el propiciatorio o cubierta de expiación o placa de expiación. Dos seres alados en forma de águila (querubines) estaban entronizados en la cabeza, extendiendo sus alas entre sí cubriendo la tapa. El cofre solo podía ser tocado por hombres elegidos y por los sumos sacerdotes. Cualquiera que lo tocase sin autorización se suponía que moría instantáneamente.
Qué sabemos
Hasta aquí la tradición. Su existencia arqueológica no ha sido probada hasta el día de hoy. Todos los informes sobre supuestos hallazgos del arca del pacto se basan exclusivamente en testimonios orales. No existen objetos concretos ni otros indicios fiables. Lo que sí sabemos está en las Escrituras: Después de que Moisés recibiera las tablas de la ley en el monte Sinaí, recibió instrucciones de Dios para que le hiciera un santuario para Él y “habitaré en medio de ellos”. El arca del pacto era el centro del santuario.
Tras la conquista de Palestina por los israelitas fue guardada en el templo de Silo, según 1 Samuel 3. El ejército israelita la llevaba durante los conflictos militares.
Más tarde, David llevó el arca a Jerusalén. Tras la construcción del templo, fue guardada en el Santísimo. Allí se consideraba el trono visible del Dios invisible. Presumiblemente, el cofre se quemó durante la destrucción del templo de Jerusalén en el año 587 a. C.
Nuestra experiencia actual
Sea como fuere, el arca del pacto como símbolo de la presencia de Dios es ciertamente concebible, incluso sin pruebas concretas. Y también tiene algo que decir a la familia cristiana de la fe, como indicación de la cercanía salvífica de Dios. Dios está en todas partes y va con nosotros. Está cerca de las personas de manera insuperable en su Hijo Jesucristo. El camino de Jesús desde la gloria divina al mundo humano y la salvación que se puede experimentar a través de Él es una parte esencial de la verdad cristiana.
Qué podemos aprender de esto
En todas partes donde se proclama el Evangelio de la muerte, resurrección y retorno de Cristo y se administran los Sacramentos, Dios se manifiesta y da seguridad y salvación. La experiencia de la presencia de Dios no se limita al edificio de la iglesia o al Servicio Divino, sino que también se puede encontrar en la vida cotidiana: en el diálogo de la oración, en una vida que se lleva a cabo en el amor a Dios y según los parámetros de la voluntad divina y en los encuentros entre las personas que se sustentan en el amor.
Foto: Kemelly – stock.adobe.com