Sufrir – tener esperanza, estar solo – tener amigos: Pocas veces en el año estos contrastes son más evidentes que entre Viernes Santo y Pascua. Y por segunda vez, este tiempo está marcado por una pandemia que se ha cobrado hasta ahora la vida de más de 2,7 millones de personas.
Karl Jaspers, el famoso filósofo, dijo: “La desesperanza es una derrota anticipada”. Por supuesto, al final siempre queda la esperanza de tiempos mejores. A pesar de todo el sufrimiento, siempre existe esa chispa de confianza que nos impulsa a los seres humanos. Jesucristo, a quien conmemoramos en Viernes Santo y Pascua, siempre transmitió esta esperanza. Una de las ideas centrales del Nuevo Testamento contiene solo tres palabras: “Al tercer día”.
Ahora bien, ¿cómo podemos los que vivimos hoy adoptar la esperanza que irradia Jesús? En realidad, el Viernes Santo nos invita a seguir a Jesús en su camino de sufrimiento. Asumió nuestra culpa y estuvo dispuesto a morir por nosotros para que pudiéramos vivir. El encargo para los cristianos es: Vincúlate con tu Salvador Jesucristo y sepárate de lo que te separa de Jesús.
Eso suena exigente al principio, pero solo para aquellos que no piensan más allá. Porque aún no se ha contado toda la historia. ¡Después de los días 1 y 2 llega el tercer día! Y en ese día, la esperanza irrumpe plenamente en la vida cristiana: El sepulcro está vacío. La Pascua atestigua la omnipotencia de Dios. Para los cristianos, la esperanza de la resurrección es un elemento esencial de la fe. Es uno de los grandes misterios de la fe cristiana y contrasta con un mundo cada vez más racional. Sobre tales misterios de la fe se debe seguir pensando.
Las palabras “Yo soy” de Jesús
Los Servicios Divinos posteriores a Viernes Santo y Pascua girarán en torno a algunas palabras “Yo soy”. Jesús se presenta, dice quién es y qué quiere. Sus tesis son la automanifestación y la autopresentación. Especialmente el Evangelio de Juan enfatiza estas afirmaciones; se encuentran allí 24 veces, más que en los otros Evangelios juntos. En cierto sentido, se consideran citas literales del Hijo de Dios, testimonios del propio Señor. No podrían ser más auténticas.
Curiosamente, se unen dos componentes. Porque el autotestimonio se pone bajo un lenguaje simbólico, de modo que se dirige a todos los oyentes: los que no tienen capacidad de razonar y los conocedores a la vez, los pequeños y los experimentados, los creyentes y los que buscan respuestas:
- “Yo soy la puerta de las ovejas”, dice en el segundo Servicio Divino dominical. Todo el mundo puede identificarse con la imagen de la puerta. Una puerta abre un nuevo espacio, es una estación de paso, amplía la mirada, desplaza a uno del lugar donde se encuentra. Jesús se refiere a sí mismo como “la puerta de las ovejas”, lo cual es notable porque también destaca su función de pastor. El pastor pone a salvo a su rebaño, incluso muriendo por sus ovejas, defendiéndolas “hasta la muerte”.
- “Yo soy la vid”, dice la prédica del tercer domingo. Lo que importa es la vinculación íntima y saludable. No puede haber pámpanos sin vid. Los pámpanos, es decir, sus discípulos, son los brotes altos de la fe: llenos de sabor, maduros y crecidos.
- “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”, es la base de la prédica del último Servicio Divino dominical de abril. Jesús no solo proclama una nueva enseñanza, sino que la recorre paso a paso. Su camino de fe pasa por la muerte, la resurrección, la ascensión y el retorno. Es el camino de la salvación. Y quien quiera recorrer este camino, alcanzará una meta más elevada.
¿Quién eres tú?
Ahora las autoconcepciones de Jesús pueden reproducirse en nuestra propia vida cotidiana. ¿Quiénes somos en realidad? ¿Quién eres tú? Posibles respuestas son:
- “Soy parte del rebaño de ovejas del que Jesús es la puerta”.
- “Soy un pámpano en la vid de Dios”.
- “Soy un peregrino en el camino al cielo”.
Seguro que se puede ser un poco más práctico:
- “Soy cristiano”.
- “Soy el que ora”.
- “Soy tu prójimo”.
Foto: ipopba – stock.adobe.com