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Una decisión con consecuencias: siervos de Dios por amor

02 04 2025

Autor: Simon Heiniger

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Quienes saben que han sido liberados del pecado toman en forma consciente la decisión de ser siervos de Dios, por amor y agradecimiento. Este fue el tema central de un reciente Servicio Divino en Kenia.

Más de 7.000 creyentes se reunieron en el Centro Deportivo Internacional Moi de Nairobi el 2 de febrero de 2025.  “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. Con estas palabras de Romanos 6:22 explicó el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider la tensión entre libertad y atadura en la vida de fe.

Liberados por Cristo, atados por amor

El Apóstol Pablo recurre a una imagen de su tiempo: un israelita podía convertirse en esclavo de otro israelita si no podía pagar sus deudas. El servicio era una forma de reparación. Del mismo modo, tras la caída en el pecado, el hombre también se convirtió en esclavo del pecado, incapaz de encontrar por sí mismo el camino para volver a Dios. “Aunque no queramos, pecamos. De hecho, los seres humanos eran prisioneros del diablo”.

Solo a través del sacrificio de Jesucristo quedó libre el camino para volver a Dios. Los seres humanos son liberados del poder del pecado mediante el Santo Bautismo con Agua y el perdón de los pecados. Al ser sellados, llegan a ser hijos de Dios y coherederos con Cristo. “Es imposible ganarse la gracia”, subrayó el Apóstol Mayor. La filiación divina es y sigue siendo un don que no puede ser alcanzado por las obras.

Libres para la voluntad de Dios

Precisamente porque la salvación divina no puede ganarse, tiene sentido responder a la gracia con agradecimiento y devoción, idealmente tomando en forma consciente la decisión de servir a Dios. No por miedo al castigo, sino por convicción interior. No por obligación, sino por amor. “Queremos hacer la voluntad de Dios, no porque tengamos miedo al castigo. Sino porque queremos entrar en el reino de Dios”.

El reino de Dios es la realidad en la que solo se aplica la voluntad de Dios. Quien quiere alcanzarlo, comienza ya a orientarse hacia esa voluntad en este mundo. El Espíritu Santo actúa en las personas transformando su ser interior para que la voluntad de Dios se convierta en su propia voluntad. “Esta es la santificación y la transformación que el Espíritu Santo realiza”.

Consecuencias tangibles en la vida cotidiana

Esta transformación es tangible. Quien se convierte así en siervo de Dios vive y actúa de otra manera. Los mandamientos se obedecen, no por miedo, sino porque estamos profundamente convencidos de que son correctos. “No es solo la voluntad de Dios, sino también la mía, y quiero hacerla porque es lo correcto”, explicó el Apóstol Mayor. Los sacrificios y ofrendas no se hacen para ser vistos, sino porque queremos participar en la Obra de Dios.

El Apóstol Mayor también utilizó ejemplos bíblicos para demostrarlo: Bernabé, que donó honesta y sinceramente, en contraste con Ananías y Safira, que actuaron por deseo de reconocimiento. El verdadero servicio, concluyó, se hace por amor a Dios, no por cálculo.

Esta actitud del corazón también es visible en nuestro trato con el prójimo. El perdón acontece porque Cristo perdona y porque el ser humano se asemeja cada vez más a Él. El bien se hace sin esperar nada a cambio. Y se hace más de lo estrictamente necesario. “Si lo haces por amor, también eres capaz de hacer un poco más de lo que debes, simplemente para compensar las debilidades de los demás por el bien de la Obra de Dios”.

Un objetivo en mente

La decisión de ser siervo de Dios no es una limitación. Es el camino hacia la consumación. Le da al Espíritu Santo la oportunidad de transformar el corazón. Conduce a la santificación y, en última instancia, a la comunión perfecta con Dios. “Si somos semejantes a Cristo, hacemos la voluntad de Dios porque se ha convertido en nuestra voluntad. Servimos al Señor porque queremos contribuir a su Obra. Perdonamos porque Cristo perdona. Hacemos el bien a nuestro prójimo, aunque no nos lo corresponda”.

Esta actitud interior, impulsada por el agradecimiento y el amor, es la clave de la vida eterna. Porque el reino de Dios no es una recompensa por logros religiosos, sino el fruto de una vida recibida por gracia y vivida con devoción.

02 04 2025

Autor: Simon Heiniger

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