Dios no excluye a nadie, no rechaza a nadie. Todo lo contrario, Él ayuda, apoya, acepta. Dios es un Dios para ti, tus amigos y tus enemigos.
¿Qué es más importante? ¿La ley o la gracia? ¿Y tienen algo que ver ambas entre sí? En febrero los Servicios Divinos dominicales de las comunidades nuevoapostólicas se enfocan en el indescriptible regalo de Dios y sus efectos muy prácticos en el hombre.
Dios está entre los hombres
Moisés transmitió al hombre los mandamientos de Dios. Esta ley define la voluntad de Dios. De un día al otro, el pueblo de Israel fue capaz de distinguir el bien del mal. Pero esto solo ayudó parcialmente. El pecado no fue eliminado. Sin embargo, con la vida y la muerte de Jesucristo, Dios hizo posible a los hombres el acceso pleno a la gracia y la verdad.
La fe pesa más que las buenas obras. La gracia y el amor de Dios pueden ser retribuidos por el hombre con fe y amor.
Dios es el amor
La existencia del cristiano se caracteriza por la fe. Cree que Dios creó al hombre para estar en comunión perfecta con Él. El cristiano también cree en la encarnación de Dios y en el envío del Espíritu Santo.
El Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider afirma: «Creemos que Dios es amor y confiamos en Él. Esta fe genera esperanza y amor. Esperamos la redención con paciencia y nos preparamos para ella. Retribuimos el amor de Dios amando según el ejemplo de Jesús».
Dios cumple su ley con gracia
La ley de Dios proveyó una guía para la vida cotidiana del pueblo de Israel. Con ella también estableció el fundamento para el trato entre los hombres a través de los siglos hasta la actualidad. Más allá de eso, el Evangelio de Jesucristo asegura la salvación en Jesucristo. La fe en Jesús hace posible la eterna comunión con Dios.
Para el hombre resulta –además de la fe– una consecuencia muy práctica: «El parámetro de nuestro proceder es el mandamiento del amor a Dios y al prójimo».
Un Dios para ti, tus amigos y tus enemigos
Independientemente de la conducta de cada individuo, Dios ama a todos los seres humanos. Y el Apóstol Mayor Schneider deja claro: «El Señor nos pide que amemos a nuestros enemigos, que oremos por ellos, que los bendigamos y les hagamos el bien (Lucas 6:27-35). Este requerimiento puede parecernos demasiado, pero tenemos que tomarlo en serio».
Dos aspectos son importantes para el Apóstol Mayor en este contexto: «Jesús muestra que el reino de Dios es tan sublime, tan grande, que trasciende toda limitación humana y que, a cambio, Dios nos puede pedir lo imposible: ‘Te doy tanto que puedo pedirte cosas inconcebibles'». Y por el otro, «el amor, acerca del cual habla el Señor, no es una cuestión de simpatía, sino una referencia al amor divino y a la salvación, ¡una dimensión mucho más grande!».
En términos de la recordación de los difuntos, esto es un desafío: «Oremos para que aquellos que se encuentran bajo la influencia del mal puedan ser transformados de ‘enemigos’ a ‘amigos’ de Dios». Aquí no debería haber diferencias si el prójimo tiene una actitud positiva o no. Pues Dios ama a todos los seres humanos.
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