Ciencia y fe, ¡qué contraste! Como el fuego y el agua, el cielo y el infierno, ¿no? Ni hablar, pero van juntas y se necesitan mutuamente. Una aclaración sobre el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo de las Naciones Unidas, el 10 de noviembre.
La fe ayuda. Esto está comprobado científicamente. Incluso se ocupa de ello una disciplina propia: la investigación de los placebos. Esta disciplina gira en torno al efecto que pueden producir los medicamentos si no contienen sustancias activas, en tanto el paciente crea en su efecto. Los científicos todavía no saben exactamente cómo funciona. Lo que sí saben es que no es una ilusión.
La conciencia determina el ser: esta es una certeza científica también en el nivel más elemental, a más tardar desde el «gato de Schröderinger». En este experimento imaginario una de las cabezas principales de la física moderna explica un efecto de la mecánica cuántica.
Asombrarse sobre el ser
Según este experimento, una partícula puede poseer al mismo tiempo dos estados contrarios. Recién en el instante de una medición, el sistema adopta uno de los dos estados. Esto significa que el acto de la observación recién determina el estado de la materia.
El profesional se asombra y el laico se admira porque ya en el nivel más elemental de la física de la materia tiene lugar lo metafísico. No es un milagro el hecho de que casi todas las autoridades de la física cuántica, una vez finalizados los cálculos, estuvieran sumamente motivadas para escribir tratados filosóficos.
Su fundador, Max Planck, llegó así a la siguiente conclusión: «Para la persona creyente Dios está al principio, para el científico al final de todas sus reflexiones». Y el premio Nobel de Física, Werner Heisenberg, opinó: «El primer trago del vaso de las ciencias naturales hace ateo. Pero en el fondo del vaso espera Dios».
Enemistad fundamental
Hace más de 80 hasta 100 años que las mentes más brillantes de la investigación materialista llegaron a semejante reconciliación de ciencia y religión. Sin embargo, todavía no llegó a la cabeza de los hombres, habría que creer, cuando se mira el statu quo.
Más que nunca los fundamentalistas de ambas partes están enfrentados sin posibilidad de reconciliación: por un lado, los ultramaterialistas, que defienden toda realidad más allá del mundo mensurable, por otro lado, los creacionistas extremos, para los que la Biblia es la única clave para el conocimiento de la existencia, incluso la suya, en este mundo.
Dios Creador contra Big Bang y evolución, este es su campo de batalla preferido. Y luchan con los vendajes verbales más duros. Al final, unos privan a otros, recíprocamente, de toda razón y de toda ética.
Limites del entendimiento
Por su lado, cada cristiano en cierta medida informado sabe que con la Biblia como guía no se puede armar un auto ni operar un tumor ni pronosticar una tormenta. La ciencia es el uso metódico de la razón que Dios le ha dado al hombre para que la aproveche en este mundo.
Y cada científico serio sabe que la ciencia básicamente está limitada por la capacidad de conocimiento. Esto lo ha demostrado el físico Werner Heisenberg con su «relación de indeterminación», así como el matemático Kurt Gödel con su «teorema de incompletitud» y el filósofo Karl Popper con su «falsacionismo».
Paralítica y ciega
El físico Carl Friedrich von Weizsäcker describió gráficamente el dilema de la ciencia con una historia: Un hombre está buscando algo debajo de un farol. ¿Qué? «La llave de mi casa». ¿Se te perdió? «No sé». ¿Y por qué aquí? «Porque aquí puedo ver…».
La ciencia y la fe viven en diferentes mundos. Una pregunta por el qué y el cómo, la otra pregunta por el porqué y el para qué. No son adversarias, sino socias que dependen la una de la otra. Eso cree al menos el tal vez más grande científico del siglo XX, Albert Einstein: «La ciencia sin religión es paralítica, la religión sin ciencia es ciega».