A veces el día no transcurre tan bien: una discusión con amigos, una mala nota o el almuerzo no resultó rico. ¿Y entonces hay que alabar a Dios? Un aporte al lema anual “Orar funciona”, no solo para padres e hijos.
¿Cómo conseguimos generar suficiente espacio para dar gracias y alabar a Dios en medio de nuestro trabajo, de nuestras preocupaciones y fracasos? Cuando experimentamos algo bueno, nos resulta fácil agradecer por ello. Incluso a los niños pequeños se los anima a utilizar las palabras “por favor” y “gracias” en sus interacciones cotidianas. Cuanto más lo practiquen y cuanto más a menudo las personas que los rodean utilicen estas palabras y se muestren mutuamente agradecidas, más natural les resultará expresar su gratitud.
Bendice, alma mía, al Señor…
La alabanza es un asunto más complicado. Lo sabemos por experiencia: la alabanza hace bien. La alabanza puede estimular, animar o motivar a hacer algo nuevo. Algunas alabanzas quedan profundamente arraigadas en el corazón. Los padres elogian a sus hijos para reconocer algo que acaban de aprender y animarlos a seguir haciéndolo. Sin embargo, es decisivo saber de quién viene el elogio; este no siempre tiene un efecto apropiado. “Señora jefa, ¡ha hecho un gran trabajo!” o “Papá, ¡qué bien que te has terminado todo el plato!” suena bastante extraño. Los elogios suelen tener algo que ver con una escala descendiente, normalmente se elogia de arriba hacia abajo: el profesor elogia al alumno, el jefe al empleado, los padres al hijo. Puede parecer extraño al revés. Entonces, ¿cómo debemos alabar a Dios? Él es todopoderoso y no necesita que lo alabemos.
Salmos 103 es un ejemplo de cómo puede ser la alabanza a Dios. Comienza con un soliloquio: “Bendice, alma mía, a Jehová”. El salmista pide varias veces a su alma que bendiga y alabe a su Señor. La alabanza debe salir de lo más profundo del corazón. Como en la alabanza entre personas, también se trata de un reconocimiento. Pero aquí no se trata de lo que Dios ha hecho bien para animarlo a continuar. Se trata de reconocer que Dios es nuestro Señor, que es Él quien tiene el mundo en sus manos y es omnipresente en su amor. Alabar a Dios significa maravillarse ante sus obras y su naturaleza. Cuando alabamos a Dios, no nos miramos a nosotros mismos. Nos dirigimos a Dios, incluso más en la alabanza que en el agradecimiento. Cuando damos gracias, solemos permanecer centrados en nosotros mismos. Cuando alabamos a Dios, nos centramos en Él, en sus obras y en su naturaleza. Tomamos conciencia de la omnipotencia de Dios y de sus múltiples maneras de ayudarnos. Este cambio de perspectiva ejerce su efecto en nosotros. Cuando alabamos a nuestros hijos, a nuestros colegas o a Dios, nos centramos en la otra persona y destacamos lo positivo. Dios no necesita que lo alabemos, es mucho más grande y sabio que nosotros. Por encima de todo, somos nosotros los que necesitamos la alabanza. La necesitamos para nuestra fe, para no quedarnos estancados en nosotros mismos; la necesitamos porque nos atrae hacia arriba y eleva nuestra mirada más allá de nuestro pequeño mundo.
… y no olvides ninguno de sus beneficios
Hechos 16 nos cuenta que Pablo y Silas estaban en la cárcel porque habían confesado a Jesucristo como el Hijo de Dios. En esta situación desesperada, temerosa y amenazadora, comenzaron a alabar a Dios. Porque sabían que estaba en juego algo más que su vida en la tierra. Agradecieron a Dios y lo alabaron por lo que había hecho por su alma. En respuesta, las puertas de la cárcel se abrieron al instante y se soltaron las cadenas.
Si en una situación de mayor necesidad o de sufrimiento más profundo, recordamos las grandes cosas que Dios ha hecho por nosotros y que aún nos tiene reservadas, entonces nuestros muros de miedo pueden derrumbarse y nuestras cadenas de preocupaciones pueden soltarse. Si nos centramos en aquello por lo que podemos agradecer a Dios y por lo que podemos alabarlo, también sentiremos que esta actitud nos beneficia en nuestra vida cotidiana.
La pregunta de por qué podemos alabar a Dios también encuentra respuesta en Salmos 103: Dios ha hecho grandes cosas por nosotros. A veces podemos tener la impresión de que nuestro mundo va mal. Los titulares negativos se nos quedan grabados en la mente. Hay injusticia, sufrimiento y penurias en el mundo. Los ricos se rigen por su codicia, los pobres son impotentes. La duda, el miedo y la tristeza a menudo se apoderan de nuestros pensamientos. Con demasiada rapidez, los seres humanos tendemos a quejarnos de todo tipo de cosas, a pesar del alto nivel de paz y prosperidad en el que vivimos.
Salmos 103 nos exhorta a centrarnos en lo bueno. Lo importante no son las circunstancias externas, tal vez difíciles, sino nuestra actitud interior. Los versículos 3 a 19 enumeran motivos de gratitud y alabanza; se refieren a la curación, la riqueza, la vitalidad, la justicia de Dios, la guía, la misericordia, la gracia, la paciencia, la bondad, el afecto y el gran milagro del perdón. El séptimo versículo habla de Moisés y del pueblo de Israel. La persona que ora alaba a Dios por cómo ha ayudado a los israelitas. Sabe que forma parte de una gran historia de amor. Dios ayudó a su pueblo entonces, y sigue haciéndolo hoy. Los versículos siguientes dejan claro que la persona que ora sabe que ha hecho muchas cosas mal en su vida. Pero confía en la voluntad de Dios de perdonar porque ya lo ha experimentado. Cuando los seres humanos reconocemos la bondad de Dios y llegamos así a alabar y agradecer, nuestra vida puede transformarse. La tristeza que nos hace parecer viejos puede desaparecer. Nos volvemos fuertes y rejuvenecemos “como el águila” (versículo 5).
La alabanza es contagiosa
Alabar a Dios es algo más que decir palabras bonitas y cantar cantos hermosos. Podemos practicar una actitud positiva y agradecida ante la vida. Es útil que, como demuestra el salmo, nos animemos unos a otros a hacerlo, incluidos nuestros hijos. A veces podemos estar mal y apenas ver un atisbo de esperanza. Entonces es bueno tener amigos que nos ayuden a apartar la vista de lo negativo. Podemos expresar nuestros sentimientos con nuestras palabras. Al mismo tiempo, reforzamos nuestros sentimientos cuando los expresamos. ¡Los elogios traen alegría! No solo para el que es alabado, es decir, Dios, sino también para nosotros que alabamos. Cuando algo nos fascina, se lo contamos a los demás. Esto significa que también podemos contagiar esta alegría a otras personas. Cuando hablamos de la bondad de Dios y de su poder, nos fortalecemos a nosotros mismos y a nuestro prójimo.
Sobre la autora: Maraike Finnern estudió educación especial, especializándose en matemáticas, música y religión. Trabaja como profesora y orientadora escolar en una escuela primaria de Hamburgo.En el área del Apóstol de Distrito Krause es responsable de los niños y la enseñanza.
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