El mes de abril trae tres grandes celebraciones al calendario litúrgico: el Domingo de Ramos, el Viernes Santo y el Domingo de Pascua. Las comunidades nuevoapostólicas escuchan lecturas bíblicas, música especial y las prédicas también se adaptan a ese contexto tan particular.
Las tres celebraciones mencionadas conmemoran acontecimientos importantes de la vida de Jesús, así como estaciones de la historia de la salvación. El cristiano creyente no puede sustraerse a ellas; son verdades centrales de la fe cristiana.
Antes de que la pasión de Cristo siga su curso, la comunidad debe ser preparada para ello. Por eso la prédica del primer domingo trata de la institución de la Santa Cena, que ocurre en el círculo de los discípulos y es la chispa inicial para el amor infinito de Dios. ¡En el festejo de la Santa Cena, Jesucristo visita a su comunidad hasta el día de hoy! Al celebrar la Santa Cena, los participantes confiesan su fe en Jesucristo, su muerte en sacrificio, su resurrección, su retorno y, finalmente, el envío de los Apóstoles de la era moderna.
Domingo de Ramos: la entrada
El Domingo de Ramos es el segundo domingo de abril y, al mismo tiempo, el último domingo del tiempo de pasión. Jesucristo entra en Jerusalén, no en un caballo o un carruaje de oro, sino en un asno, como el Mesías esperado por los judíos. Hay un gran entusiasmo y júbilo, pero poco después el pueblo se aleja decepcionado: este Jesús no cumple sus expectativas. Mucho más, esperaban a un líder que pusiera fin a la ocupación romana y volviera a erigir el reino de Israel. Y los devotos maestros de la ley estaban consternados por su interpretación de la Torá, por su benevolencia frente a los pecadores y su intervención en el templo.
Esto debe ser diferente desde la perspectiva actual: La comunidad cristiana no solo debe recibir a Cristo, sino permanecer con Él y anunciar a todo el mundo la salvación que ha llegado por medio de Él.
Viernes Santo: la muerte
El Viernes Santo trae el silencio de la muerte. Jesucristo es crucificado, muere en sacrificio. Su muerte, sin embargo, no es la derrota ni el final, sino un nuevo comienzo y el inicio de algo muy grande. Es una expresión del amor de Dios hacia la humanidad, por extraño que pueda sonar a nuestros oídos. La fe en este sacrificio es necesaria para alcanzar la comunión perfecta con Dios. Y Jesús dio su vida por todos los seres humanos: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:13-14).
Pascua: la nueva vida
“Al tercer día” brilla la clara luz: el Domingo de Pascua es la fiesta de la resurrección de Jesucristo, en la que se fundamenta nuestra propia resurrección. El sepulcro está vacío, ¡Cristo vive! “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado”, escucharon las mujeres cuando fueron a ungirlo. Y cuando comunicaron su experiencia a los Apóstoles, se encontraron con incomprensión: “Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían” (Lucas 24).
¿Lo creemos nosotros hoy? La fe en la resurrección de Jesús es una tremenda fuente de fuerza. La Iglesia de Cristo, que es una, santa, universal y apostólica, ya existe, pero está oculta a nuestros ojos. Aquellos que creen y colaboran involucrándose en la comunión de los cristianos experimentan ya hoy la Iglesia de Cristo en su vida diaria, ya sea en los actos de amor o en los Sacramentos.
Y así como dio el encargo a sus Apóstoles de anunciar a todos los seres humanos el alegre mensaje de la salvación en Cristo, también envía a los que le pertenecen a anunciar su muerte, su resurrección y su retorno.
Después de Pascua es antes de Pascua
El domingo posterior a la Pascua sitúa la palabra y los Sacramentos en el centro de la prédica. Son el alimento con el que se nutre la nueva vida. La 1ª epístola de Pedro es la base para ello. Su intención principal es fortalecer la confianza en Cristo, especialmente en tiempos de hostilidad y represión. Incluso hoy en día, no es sencillo para los cristianos vivir su fe. Sin embargo, por medio de su forma de vida deben dar testimonio de la esperanza en Jesucristo que vive en ellos: “Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (de 1 Pedro 3:15).