En foco 7/2024: ¡Abba, Padre!

Ya como joven Pastor, el Apóstol de Distrito Woll, de Canadá, aprendió que la oración tiene efectos en nuestra fe. Dice que como hijo de Dios podemos compartir todos nuestros sentimientos con Dios, y eso fortalece nuestra fe.

“Y por cuando sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6). Si Dios sabe lo que necesitamos y hace lo que es mejor para nosotros (Mateo 6:8), cabe preguntarse: ¿por qué tenemos que orar? El texto bíblico anterior apunta a la respuesta. Como somos hijos de Dios, tenemos la absoluta necesidad de “clamar” a Él. Es la respuesta natural de haber nacido de Él. ¿Cuándo clamamos? Cuando estamos tan tristes o tan felices, que no tenemos palabras para expresar lo que sentimos, entonces clamamos. Esto significa que expresamos (y, de hecho, podemos compartir) todos nuestros sentimientos con nuestro querido (“Abba”) Padre. Nada es demasiado grande o pequeño para llevárselo a Dios. Incluso como Hijo del Hombre, Él también mantuvo su conexión y relación con su Padre buscándolo continuamente y clamando a Él.

Otro aspecto importante de la oración es que es fundamental para mantener nuestra fe. El Catecismo afirma: Una fe sin oración no es una fe viva (Catecismo INA 13.1). Además, sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6). Por lo tanto, la oración es un sustento para nuestra fe, la cual es esencial para nuestra salvación. En otras palabras, la oración actúa en favor de nuestra salvación: “Orar funciona”.

Esto ya lo experimenté hace 40 años como joven Pastor. Una familia invitada había emigrado recientemente a Canadá y no hablaba mucho inglés. Mi Apóstol, el Apóstol Schwarzer, que hablaba su idioma, aceptó acompañarme para hacer una visita a esta familia. Poco después fueron sellados. Un año más tarde el Apóstol vino conmigo de nuevo a visitar a esta familia. Después de la visita me dijo: “Esta familia no ora”. Le pregunté cómo lo sabía porque no les había preguntado si oraban. Me contestó: “Porque la pequeña fe con la que empezaron no ha crecido y sin oración es imposible mantener la fe”. Poco después, esta familia dejó de asistir a los Servicios Divinos. Todavía me recibían cuando iba de visita y siempre fueron amables a lo largo de los años, pero nunca volvieron a los Servicios Divinos.

Por eso se ha llamado a la oración el “respirar del alma”. Es tanto un anhelo absoluto como una necesidad para seguir vivo. Mantiene la fe, así como la respiración mantiene la vida. Por lo tanto, es de sabios “orar sin cesar”, como aconsejaba el Apóstol Pablo (1 Tesalonicenses 5:17). Esto no significa que oremos cada minuto como fanáticos, sino que es la conexión continua de nuestra alma con nuestro “Abba, Padre”.

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