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1.700 años de Nicea: la historia previa

28 03 2025

Autor: Dr. Reinhard Kiefer

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El Dios uno y trino –algo obvio para los cristianos de hoy– fue una vez un tema controvertido. Hace 1.700 años, el concilio de Nicea aportó claridad. Comienza aquí la serie de artículos sobre su “aniversario redondo”.

Las comunidades cristianas fueron perseguidas de forma más o menos intensa por las autoridades romanas durante casi tres siglos. Los cristianos eran matados por su fe, denunciados y discriminados en la sociedad.

Esta situación cambió con el emperador Constantino, que gobernó de 306 a 337 d. C. y proclamó la libertad religiosa en el año 313. En los años siguientes, el cristianismo no solo fue tolerado, sino incluso favorecido y promovido masivamente frente a otras religiones.  Constantino veía en la Iglesia cristiana un inmenso factor de poder.  

En este sentido, el emperador, que no era cristiano y recién fue bautizado poco antes de su muerte, tenía interés en que la Iglesia cristiana siguiera siendo una fuerza fiable dentro del imperio. Así, observó con interés el desarrollo de la comunidad cristiana, cuyo atractivo aumentaba gracias a la tolerancia y, en última instancia, alestatus privilegiado. Fue entonces cuando ocurrió algo decisivo.

Tras la pista del misterio

A principios del siglo III d. C., se había intensificado la disputa teológica sobre la cuestión de si el Padre y el Hijo son igualmente Dios verdadero.  La disputa sobre si el Hijo era una criatura o si era eterno al igual que el Padre amenazaba con poner en peligro la unidad de la Iglesia cristiana dentro del Imperio Romano.

En el Nuevo Testamento hay muchas afirmaciones sobre la naturaleza y la obra de Jesús que subrayan su divinidad y señalan los aspectos divinos de su actividad y su naturaleza. Sin embargo, no hay otras explicaciones al respecto. Por eso, en los siglos siguientes hubo quienes se sintieron obligados a reflexionar teológicamente sobre este problema y a comprenderlo doctrinariamente.

El subordinacionismo y el modalismo son quizá los dos enfoques más importantes en los que se intentó aclarar el misterio de Dios, es decir, del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Creador y criaturas

El subordinacionismo (de subordinación) adopta la postura de que el Logos o Hijo es una criatura de Dios que solo es similar en su naturaleza al Padre, pero en ningún caso igual. Se creía que el Hijo y el Espíritu Santo fueron creados por Dios antes de todos los tiempos. Por lo tanto, el Hijo y el Espíritu están subordinados o supeditados al Dios verdadero.

Esta postura fue la que tuvo más seguidores en el siglo II y principios del III. Sin embargo, el subordinacionismo corre el peligro de relativizar el monoteísmo y situar a Dios junto a deidades secundarias o subdeidades.

Facetas de una unidad

El modalismo (de modalidad, modo, posibilidad) sostiene que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son meras manifestaciones o revelaciones del Dios único, mientras que Dios es uno en sí mismo.  En consecuencia, Dios puede ser experimentado en la historia de la salvación como Padre, luego como Hijo y como Espíritu Santo, mientras que en sí mismo es siempre uno solo.

El modalismo se esfuerza por subrayar la unidad interior de Dios para evitar que la creencia en el Dios único sea relativizada. Sin embargo, existe el peligro de que la encarnación de Dios en Jesucristo sea solo una apariencia y no tenga carácter real en sí misma.

Recién el concilio de Nicea mostraría qué punto de vista teológico es el que prevalecerá. Este es el tema de la siguiente parte de esta serie.

Antecedentes: qué dice la Biblia sobre la Trinidad

El Nuevo Testamento da testimonio de la divinidad del Hijo. Por ejemplo, el Evangelio de Juan dice del Logos, el Verbo divino, que Dios se hizo hombre en Jesús: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). El nombre Dios para el Logos encarnado se encuentra varias veces en el Evangelio de Juan (Juan 1:17; 20:28). El Nuevo Testamento también deja claro que el Hijo de Dios estaba con Dios –es decir, era preexistente– antes de su encarnación. En Filipenses 2:6 se habla de Jesucristo como una “forma de Dios” en el cielo (Filipenses 2:6-7), que se hizo hombre y entonces se humilló.

La referencia más frecuente y enfática de que Dios está presente en Jesús es el nombre “Kyrios” (Señor). En la Septuaginta, la traducción precristiana de las Sagradas Escrituras del antiguo pacto al griego, “Kyrios” se utiliza para designar a Dios. En los escritos del Nuevo Testamento, este término también se aplica a Jesús (por ejemplo, Mateo 9:28; Lucas 5:8). En Hechos 10:36b, Jesús es llamado “Señor de todos”; y Pablo subraya –y esto ya puede leerse como una referencia a la unidad de las personas divinas–: “Y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (Romanos 12:3b).

Mientras que en el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios no se entiende como una persona, sino como una fuerza vital divina, el Nuevo Testamento habla del Espíritu Santo como una persona. En el Evangelio de Juan, el Espíritu Santo es quien recuerda a los discípulos y a la comunidad las palabras y los hechos de Jesús (Juan 14:26). El Espíritu Santo es el “otro Consolador” que representa a Jesús en el tiempo de la Iglesia y da conocimiento, como hizo Jesús (Juan 16:8-11). También se dice que el Espíritu Santo “enseña” (Lucas 12:12), habla y ordena (Hechos 13:2), nombra obispos (Hechos 20:28) o da encargos misioneros (Hechos 8:29). El Espíritu Santo también enseña la forma correcta de orar (Romanos 8:26). En 1 Corintios 2:11 se habla de la unidad incondicional de Dios y el Espíritu, y en 2 Corintios 3:17 se llama “Señor” al Espíritu Santo, al igual que Jesucristo y el Padre. Esto subraya su divinidad y su condición de persona.

En el Bautismo de Jesús, se revelan el Padre y el Espíritu Santo. El Padre confiesa al Hijo y el Espíritu Santo es la compañía constante del hombre Jesús. La estrecha relación entre Jesucristo y el Parákletos –el Auxiliador y Consolador–, que visualiza en la Iglesia al Señor exaltado que ascendió a los cielos, puede entenderse también como una referencia al misterio de la Trinidad: Hijo y Espíritu están en unión con el Padre, de modo que la palabra y la voluntad del Padre son al mismo tiempo palabra y voluntad del Hijo y del Espíritu (Juan 16:13-15). 

Además, las afirmaciones triádicas de 1 Corintios 12:4-6 o la fórmula de bendición de 2 Corintios 13:14 pueden entenderse como referencias importantes a la Trinidad de Dios.


Foto: Hyejin Kang – stock.adobe.com

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