"Nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano"

¿Alguna mordedura de serpiente? ¡Mejor no, podría ser venenosa! La Biblia narra una de esas historias. Empieza diciendo que los israelitas se quejaban por su comida: a quién le gusta todos los días lo mismo...

La descripción del maná, el pan del cielo, era totalmente diferente, mucho más atractiva: es blanco y su sabor como tarta de miel, dijeron. Bueno, ¿pero siempre comer lo mismo? En algún momento fue suficiente. Y entonces empezaron a murmurar: no querían más. Aunque acababan de huir de la servidumbre en Egipto, deseaban volver allí. En su negativa se dirigieron a Moisés: "¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano" (Números 21:5-6). Estaban fastidiados, sentían una repulsión muy fuerte.

Pero el levantamiento del pueblo no estaba dirigido sólo contra Moisés, sino ante todo al que hacía llover este pan del cielo: ¡a Dios mismo! La consecuencia de rebelarse tan abiertamente fue una plaga de serpientes. Muchos israelitas fueron mordidos y murieron. Pronto el pueblo reconoció que había transgredido una disposición divina. Por eso Moisés rogó a Dios que los salvara en esa necesidad. Pero este no dejó simplemente que finalizase la plaga de las serpientes, sino que mandó fundir una serpiente ardiente, una imagen de una serpiente hecha de bronce y puesta en lo alto sobre una asta. La explicación de Dios fue: cualquiera que fuere mordido por una serpiente verdadera, debe mirar a la serpiente de bronce y entonces quedará con vida.

Como antídoto la señal levantada

La serpiente de bronce como antídoto. Con esto también nos encontramos en otras culturas. Había imágenes de serpientes entre los romanos, los griegos, los germanos. Ezequías, el rey sabio de Jerusalén, hizo limpiar el templo de imágenes de ídolos durante el período de su gobierno. También hizo destruir la serpiente de bronce fabricada por Moisés.

Jesús como la señal levantada

En sí esta historia de la serpiente de bronce hubiese quedado como una de las muchas historias de la Sagrada Escritura si Jesucristo no se hubiese relacionado a sí mismo con ella. El Evangelio de Juan lo menciona: una noche Jesucristo mantuvo una conversación Nicodemo y entonces habló sobre que era necesario que Él fuese levantado como Mesías. El Hijo de Dios tuvo que ser levantado, así como Moisés levantó en el desierto la serpiente, para que todos aquellos que en Él creyeren tuviesen vida eterna (Juan 3:1415). No hubiese podido elegir una comparación más apropiada. Nicodemo, obviamente, conocía la historia de la serpiente de bronce.

Y ahora la conclusión: así como echar una mirada a la serpiente antiguamente dio vida a las personas, lo mismo debe pasar con la fe en Jesucristo. Su sacrificio, su crucifixión no son sólo la mayor humillación, sino una exaltación que ofrece salvación. De la misma manera en que Dios, por mirar a la serpiente levantada, regala vida a las personas, así Jesús promete al que eleva la mirada hacia Él, la vida eterna.

Se pide fe

¿Qué hacemos hoy con esto? La conclusión final es clara: lo que Dios esperaba en aquel tiempo era la fe de las personas. No hizo desaparecer simplemente las serpientes, sino que les dio a las personas otro ofrecimiento de sanación. Ellos tenían que creer en ese ofrecimiento. Jesucristo, quien regala vida eterna, también pide fe: "El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (parte de Juan 11:25).

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Peter Johanning
08.08.2016
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