Cuando la espera se convierte en gozo
Los padres esperan con alegría el nacimiento de su hijo y la espera va adquiriendo cada vez mayor intensidad. Saben que el niño cambiará su vida. Las semanas previas a la Navidad están marcadas por la espera del nacimiento y el retorno del Hijo de Dios.
Tres veces Adviento, una vez Navidad, una vez fin de año. Diciembre es la temporada alta de los encuentros para los Servicios Divinos. El tema unificador de los Servicios Divinos en este año es “La espera”.
Litúrgicamente, el tema de la “espera” no se limita al tiempo de Adviento. En la historia de la salvación, la espera siempre forma parte de la vida cristiana. El cristianismo y la espera van juntos como el cuadro y su marco, y el cristiano que deja de esperar pierde la esperanza. La espera también da lugar a la confesión. El cristiano confiesa la fe histórica, así como consta en la Escritura. La fe en la encarnación de Dios siempre merece ser confesada. Sin embargo, ¡mucho más intenso y vivo es el anhelo del futuro reino de Dios! Es necesario hablar sobre la espera del retorno de Cristo. Y esto es exactamente lo que ocurre en los Servicios Divinos nuevoapostólicos de diciembre.
Jesús es Dios
El primer domingo de diciembre también es el segundo Adviento. El núcleo de la prédica será la relación especial del Hijo de Dios con su Padre. Los cristianos a veces tendemos a pensar que el Padre y el Hijo están separados. Pero ese no es el sentido de la confesión trinitaria. Más bien, el Hijo es igual al Padre: ambos son el único Dios. “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación”, dice Colosenses 1:15. La doctrina de la doble naturaleza de Jesús trasciende el horizonte de la experiencia y la imaginación humanas; se trata de un misterio (Catecismo INA 3.4.3).
¿Tiene consecuencias esta fe? Ah, sí, porque significa para los creyentes que, aunque consideren a Jesús como amigo y hermano, no deben pasar por alto su divinidad y su gloria. ¿Una obviedad? No del todo, ya que con demasiada frecuencia se reduce al hombre Jesús a su naturaleza humana, como lo fue durante su vida. Pero cuidado: como el Padre, el Hijo es eterno, omnipotente y omnisciente. La creación es obra de Dios, el Padre, de Dios, el Hijo, y de Dios, el Espíritu Santo. Para los cristianos de hoy, esto significa que pueden considerar a Jesucristo un amigo fiel, pero sin olvidar que es también y ante todo Dios, el Hijo, a quien se le debe gloria, honra y alabanza.
Jesús es hombre
En el principio era el Verbo, el Logos. Así es como describe el Evangelio de Juan el punto de partida. Este Verbo eterno fue hecho carne y, por lo tanto, parte del mundo, parte de toda la humanidad en todo momento. Jesús nació como un ser humano para que los hombres pudieran entender lo que significa el plan de Dios para ellos. Jesús, que también es Dios, vino a morir por la salvación de los seres humanos y a hacerles posible la comunión eterna con Dios. Esta comprensión es al mismo tiempo una antigua confesión de todos los cristianos: su muerte es nuestra muerte, su resurrección es nuestra resurrección, su ascensión es nuestra ascensión. Lo que está por venir es su retorno, que podemos esperar con gran expectación.
Jesús es salvación
“Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13). ¡Qué maravilloso pensamiento: la esperanza da gozo y paz en el creer! De esto nos hablará el cuarto Adviento, de la esperanza en el Cristo que vendrá otra vez. Los cristianos nuevoapostólicos viven con la certeza de que el final de la historia ya ha sido trazado y pueden estar seguros de que ningún suceso histórico puede poner en duda el retorno de Cristo.
La esperanza en la salvación nos trae paz porque puede liberarnos de las preocupaciones por el futuro. El mal será definitivamente vencido. En la nueva creación todo será perfecto y todos los seres humanos responderán perfectamente a la voluntad de Dios. ¡Esto ya hoy llena de gozo nuestro corazón!
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