Orar, también con el cuerpo

¿Por qué oramos como oramos? ¿Y, de hecho, no es igual si estamos de pie, sentados o acostados, juntando las manos o con los brazos abiertos? Algo está claro: a veces un gesto vale más que mil palabras.

El Catecismo aclara: “La oración no está ligada a una forma externa”. Sin embargo, continúa diciendo que la profundidad de la oración puede verse influida y favorecida por una postura adecuada.

Para el erudito cristiano primitivo Orígenes, orar significaba “abrir el alma a Dios”. Puesto que el cuerpo y el alma se influyen mutuamente, la postura exterior durante la oración influye sin duda en la postura interior. Abrirse a Dios en lo físico, volverse activamente hacia Él en lo físico, favorece la devoción del alma.

La postura interior también se evidencia a través de la postura exterior. La devoción a Dios y la espera de su cercanía y presencia deben hacerse visibles. La persona pone fin a la actividad actual y, además, se aparta de la vida cotidiana.

Y así se conoce una gran variedad de posturas del cuerpo para la oración.

De pie

En la antigüedad, en el judaísmo primitivo y en el cristianismo temprano, estar de pie era la postura básica para orar. En todas las actividades de la Iglesia, los presentes se levantan para orar juntos. Cuando una persona respetada entra en el salón, los presentes se ponen en pie. Así es también como los participantes en un Servicio Divino expresan su respeto a Dios: Él está presente. Es a Él a quien se dirigen y no a la persona sentada a su lado. Toda la comunidad se encuentra de pie ante Dios.

Esta postura se menciona a menudo en las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, Abraham se presenta de pie delante del Señor e intercede por los justos de Sodoma (cf. Génesis 18:22). O Jesús habla a sus discípulos sobre el perdón: “Y cuando estéis de pie orando, perdonad...” (cf. Marcos 11:25).

De rodillas

Algunas situaciones de la vida hacen que todos se arrodillen. En vista de los acontecimientos que se avecinaban, Jesús se puso de rodillas en Getsemaní y se sometió humildemente a la voluntad de Dios (cf. Lucas 22:41).

Caer y arrodillarse ante Dios, ya sea profundamente postrado con el rostro en tierra o mirando al cielo, es expresión de la propia incapacidad e impotencia. Abraham ya se postró ante Dios cuando hizo el pacto con Él. Moisés se postró ante el Señor para interceder por su pueblo.

Ya sea Josué, Elías, Daniel o Pedro y Pablo, la situación que vivieron los puso a todos de rodillas... ante Dios. Y Él siempre responde a la lucha del alma. Porque después de arrodillarse viene el levantarse y seguir adelante. Aunque al principio resulte difícil. Los ejemplos de las Sagradas Escrituras lo dejan claro: los hombres y las mujeres que se arrodillaron ante Dios volvieron a ser levantados por Él.

¿Qué hacer con las manos?

Quienes sacan tiempo de su vida cotidiana para orar dejan las cosas a un lado y oran con las manos. Incluso en sentido figurado, la persona que ora siempre está ante Dios con las manos vacías. Estamos acostumbrados a orar juntando las manos. Así es como los cristianos oran en los Servicios Divinos y la mayoría también utiliza esta postura para su oración individual, privada.

Sin embargo, las manos cruzadas o las manos apoyadas una contra otra aparecieron tardíamente en la tradición cristiana. Esto se atribuye a un gesto germánico de devoción. Un siervo juntaba sus manos y las ponía libremente en las manos de su señor feudal. De este modo, se comprometía con él y le mostraba lealtad y reverencia. Las manos juntadas para orar son también un signo de concentración y recogimiento interior.

En las Sagradas Escrituras, los que oran suelen extender los brazos y orar con las manos abiertas levantadas al cielo. Ya sea el Apóstol Pablo o Abraham y Salomón. De este modo, expresaban tanto su súplica como su disposición de recibir algo de Dios. Otra interpretación es el deseo de ser guiados por Dios.

Algunos oran con las manos delante de la cara, otros las colocan sobre el corazón. Siempre es señal de una postura interior y de concentración en la conversación con Dios.

Orad sin cesar

Ya sea Jesús, Abraham o los demás que han sido mencionados, ninguno de ellos oraba de una sola manera. La lista podría continuar. Daniel, que se sentaba a orar. El publicano que se golpeaba el pecho mientras oraba. Como dejó claro el Apóstol Mayor Schneider en su alocución de Año Nuevo, se trata de orar constantemente en cada situación de la vida. Por eso no hay leyes ni directrices para la oración personal, aparte de la convicción de que “Dios me escucha”.

El lenguaje corporal es tan importante como la palabra hablada. Según los investigadores, más del 90% de la comunicación es no verbal. Esto también se aplica al lenguaje corporal durante la oración. Por eso, nuestra postura puede variar de una situación a otra. Si en la situación en la que se ora se busca desesperadamente a Dios, ¿es una conversación? ¿O es un clamor o un gemido? ¿La oración personal tiene entonces un carácter de lamento y petición o la postura es de agradecimiento y alabanza?


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Simon Heiniger
07.03.2024
lema, ¡Orar funciona!