Cuánto le gusta a Dios que le pidan
Importunas, descaradas, insistentes: esto es lo que ocurre con las peticiones en las parábolas de Jesús sobre el tema “orar”. Y ni siquiera tiene que desentonar con la humildad y el temor a Dios: un amigo, un padre y un juez son los testigos.
¡Uf! Al supermercado con dos niños pequeños. El carro está lleno, ya casi lo logro. Y luego esto: la trampa de la caja. Mientras la compra va pasando por la caja, una tras otra, los pequeños se meten entre las estanterías llenas de dulces. Ahora empiezan los lloriqueos.
Si estuviéramos en una librería, diría que “sí” sin dudarlo. Pero los niños no mendigan así cuando están allí. Sin embargo, aquí se trata de caramelos, caries, diabetes... ¡nada bueno! Esta vez el papá no será persuadido, seguro que no...
Curso en tres lecciones
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Así es la promesa de Jesús. Por si algún niño llorón se quisiera referir a ello, los verbos están en voz pasiva porque es la forma judía de hablar con reverencia del obrar de Dios. El que da y el que abre, aquí es el Padre celestial.
El famoso versículo forma parte del curso de enseñanza en tres partes de Lucas 11:1-13 que trata sobre la oración. La lección 1 cita la oración ejemplar: el “Padre Nuestro”. La lección 2 alienta a orar, con la parábola del amigo que pide. Y la lección 3 da confianza a través de la triple promesa de éxito según el patrón “el que... le sucede algo...”.
Importuno y molesto
Es notable la frase central de la parábola de aliento: Si el amigo no ayuda a su amigo por amistad, es por “importunidad”, dice la Biblia de Reina-Valera. “an-aídeia” figura aquí en el texto griego básico, que traducido es tanto como: insolencia, descaro, importunidad.
Ahora bien, ¿significa esto realmente que debemos tratar de convencer a Dios de esta manera?
Una indicación se encuentra en un pedido tan obstinado que aún supera al del amigo que pide: en la parábola de la viuda y el juez injusto. La mujer, supuestamente indefensa, se presenta tan a menudo y de forma tan insistente que el juez, supuestamente injusto, finalmente le hace justicia: “porque me es molesta”.
Siempre, sin cesar, constantemente
¿La moraleja de la historia? Está allí mismo, en el primer versículo: “La necesidad de orar siempre, y no desmayar”. Y ya se nos vienen a la memoria otros versículos bíblicos que encajan a la perfección, como 1 Tesalonicenses 5:17: “Orad sin cesar” o Romanos 12:12: “Constantes en la oración”.
Primero la insistencia importuna, ahora ser molesto: En las “trampas de la caja” de la vida, ¿se puede ablandar al Padre celestial con lloriqueos?
La búsqueda de la respuesta nos lleva a la lección 3 del curso de oración. Aquí también encontramos una parábola: la del padre que seguramente no dará nada malo a su hijo que se lo pide con confianza.
Constancia al pedir
Si las personas solo quieren dar buenas dádivas a sus hijos, cuánto más quiere darlas el Padre celestial. “Buenas cosas”, como dice la versión de la parábola de Mateo; “el Espíritu Santo”, como lo especifica Lucas. Las buenas dádivas de Dios son principalmente de naturaleza espiritual.
Sí, se nos permite presentarnos a Dios una y otra vez, presionarlo con insistencia y pedirle importunamente. Tanto más cuanto más se trate de la vida del alma: de la paz interior, por ejemplo, de poder soltar o de un corazón lleno de amor hacia nuestros semejantes.
Y lo mejor de todo es que no estamos solos en estas peticiones. Directamente con el Padre celestial tenemos un abogado que intercede por nosotros: su Hijo, Jesucristo.
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