El ministerio (23): Mensajeras de la resurrección

Igual valor, igual dignidad, igual encargo para ambos sexos. Esto es lo que había revelado Dios como su voluntad en la creación. Pero el judaísmo antiguo vivía la desigualdad. Para Jesucristo era muy diferente: alumnas, discípulas, anunciadoras… lo que relatan los Evangelios.

Prevalecía el patriarcado. Las mujeres judías de la época del Nuevo Testamento apenas tenían derechos en general, ni derecho a una profesión, ni a la propiedad, ni a la educación, ni a luchar por sus propios derechos en los tribunales. La mujer estaba supeditada a su padre o a su esposo. Más allá de las tareas domésticas o maternales, no desempeñaba papel alguno.

Por eso, lo que sucedió en Betania es aún más extraordinario.

Jesús y la alumna

Jesús visita a dos seguidoras. Marta está muy ocupada sirviéndolo. María, en cambio, “sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (Lucas 10:39). Adopta así la actitud típica de una alumna, de la que también da cuenta Pablo (“instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres”, Hechos 22:3).

Esto era absolutamente inusual para la época. Un rabino muy difícilmente habría aceptado a una mujer como alumna. Sin embargo, Jesús no solo enseña a la mujer, sino que la anima e incluso defiende su aprendizaje: “María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (Lucas 10:42).

Jesús y la anunciadora

Las alumnas pueden convertirse en anunciadoras en poco tiempo. Así lo demuestra el hecho del pozo de Jacob a las puertas de Sicar. Allí Jesús enseña a una mujer samaritana, una mujer de la nación hermana israelita no querida por los judíos. Esto era doblemente indecoroso para un rabino. Sobre todo, porque es él mismo quien empieza la lección.

Lo que Jesús dice convence a la mujer. Ella deja su cántaro y corre a la ciudad, dando testimonio y anunciando: “¡Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?”. (Juan 4:29). Y esto no queda sin consecuencias: “Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer”.

Jesús no detiene esa actividad misionera, sino que incluso la apoya: “Y se quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de él”.

Jesús y las discípulas

María y la samaritana no son casos aislados. Los Evangelios nombran a “algunas mujeres” (Lucas 8:2) que “le seguían” (Marcos 15:41), entre las cuales estaban una y otra María, por ejemplo, María Magdalena, María la madre de Jacobo o María la esposa de Cleofas. Pero también se mencionan nombres menos conocidos: Juana, Susana y Salomé, “y otras muchas”.

Estas mujeres discípulas no se limitaron al papel pasivo de oyentes y alumnas, sino que apoyaron activamente a Jesús. Ellas “le servían de sus bienes”. En otras palabras, las mujeres financiaban al predicador itinerante y a sus seguidores de su propio bolsillo.

Jesús y las mensajeras

Al final, las mujeres demostraron ser las seguidoras más fieles. Acompañaron a Jesucristo hasta debajo de la cruz. Casi no se menciona a los hombres por su nombre. En cambio, “estaban allí muchas mujeres” (Mateo 27:55) que también son nombradas concretamente. Y, por último, son las mujeres las que se ocupan del cuerpo de Jesús tras la muerte en la cruz.

Pero, sobre todo, las mujeres son las primeras portadoras del mensaje pascual de la resurrección de Jesucristo. Reciben el encargo de hacerlo –según los Evangelios– de los ángeles (Marcos) o del propio Señor (Juan): “Id, dad las nuevas a mis hermanos” (Mateo 28:10).

Con este anuncio de la resurrección, las mujeres no difunden una noticia cualquiera, sino el mensaje central de la confesión cristiana. Y al hacerlo, sientan las bases de todo lo que más tarde se convertirá en las Iglesias.

Sin embargo, Jesucristo únicamente llamó a hombres para ser Apóstoles. ¿Por qué? Esta cuestión se abordará en el próximo episodio de esta serie.


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