La misma esencia, el mismo valor, el mismo encargo

La Iglesia Nueva Apostólica se compromete con la igualdad de valor y la igualdad de derechos de mujeres y hombres. Esto se desprende de la última carta doctrinaria, que incluye el llamamiento a “asumir en conjunto la responsabilidad en el Estado, la Iglesia y la sociedad”.

En realidad, la afirmación central no es nueva: “El hombre y la mujer son imagen de Dios en la misma medida”, dice el Catecismo, capítulo 3.3.2. Por lo tanto, son iguales en su esencia y poseen el mismo encargo. Las pocas frases del Catecismo se fundamentan y explican ahora en un documento de aproximadamente 15 páginas titulado "El hombre y la mujer como imagen de Dios”.

El documento se debatió en la asamblea de Apóstoles de Distrito de noviembre de 2020 y se envió como carta circular a todos los Apóstoles en diciembre de 2020. El texto se publica ahora en el folleto para portadores de ministerio “Pensamientos Guías”, edición especial 2/2021, al que seguirán en el segundo semestre el magazín para miembros “community”.

Dos preguntas a dos relatos

El punto de partida son los dos relatos de la creación. ¿Dos historias? Sí, porque en Génesis 1-3 hay relatos diferentes: por un lado, un relato abstracto en el que Dios obra a través de su palabra; por el otro, un relato con actores activos en el que Dios mismo echa una mano.

En ambos relatos de la creación, la presente carta doctrinaria explora dos cuestiones centrales: ¿Qué significa la explicación acerca de la relación entre los seres humanos y la creación? ¿Y qué dice el informe bíblico sobre la relación entre los sexos?

Una respuesta para la mujer y el hombre

El resultado: ambas explicaciones dan testimonio del papel especial del ser humano en la creación. Porque en el primer caso Dios hace al ser humano expresamente a su imagen y semejanza. En el segundo caso, el aliento de vida del hombre proviene del aliento de Dios. Y en ambos casos, el hombre recibe el encargo de administrar y dar forma a la creación terrenal.

La igualdad de valor de la mujer y el hombre se encuentra tanto en uno como en el otro: en el primer relato, Dios crea al “hombre a su imagen” explícitamente “como varón y hembra”. En el segundo relato, es necesario mirar más de cerca bajo la superficie: el hecho de que el ser humano de género aún indiferenciado se llame “Adán” se refiere a la tierra (“Adamah”) de la que se forma el ser. Y cuando la contraparte que le falta al hombre es hecha de su costilla, esto no profesa dependencia, sino semejanza.

Volver a la voluntad de Dios

La jerarquía entre el hombre y la mujer no puede justificarse en modo alguno por la actividad creadora de Dios, subraya el tratado, sino todo lo contrario: la subordinación de un sexo al otro debe ser calificada “como contraria a la creación, como no querida por Dios; no forma parte de la buena creación de Dios”.

No se habló del dominio del hombre sobre la mujer hasta después de la caída en el pecado. Desde entonces, la semejanza del hombre y la mujer con Dios se ha desarrollado de forma muy diferente en la prehistoria bíblica y en la historia del mundo. Su realización perfecta solo podrá experimentarse en la nueva creación.

Encargo de la creación y del amor al prójimo

Hasta entonces, el encargo de dar forma y preservar la creación y la vida terrenal es válido por igual para ambos sexos. Esto comienza en el matrimonio y la vida familiar, explica la carta doctrinaria. Pero también significa “que el hombre y la mujer asuman en conjunto la responsabilidad en el Estado, la Iglesia y la sociedad. La negativa a percibir la realidad social, a tratarla y a participar en ella, es también contraria al encargo de la creación y al mandamiento del amor al prójimo”.

El resumen oficial de la carta doctrinaria es presentado en el sitio web insignia de la Iglesia, nak.org. El papel de la mujer en la historia y la sociedad se abordará en una serie de artículos en nac.today en las próximas semanas.


Foto: rawpixel.com / Jira

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