Un árbol en el que florece la vida eterna

Un A y una O diferentes: tanto al principio como al final de la Biblia, los árboles y sus frutos desempeñan un papel muy especial. Sin embargo, el más conocido de los dos ni siquiera es el más importante. Una reflexión sobre el “Día Internacional del Árbol”.

Las Naciones Unidas decidieron conmemorar este día hace casi 70 años. Para los árboles es un periodo de tiempo más bien corto. Los olivos y las palmeras datileras pueden vivir fácilmente varios cientos de años. Incluso se calcula que un olivo de Creta (Grecia) tiene hoy 4.000 años.

Los árboles son un símbolo de vitalidad. Aunque uno los recorte radicalmente, vuelven a brotar. En otoño pierden sus hojas y parece que van a morir, pero cada año en primavera los árboles despiertan a una nueva vida. Sus frutos alimentan a personas y animales, sus frondosas ramas dan sombra en los calurosos veranos.

Las copas ramificadas evocan la diversidad del universo y en el susurro de las hojas uno podría creer oír los conjuros del oráculo. No es de extrañar que en muchas religiones antiguas los árboles fueran la sede de los dioses y que surgieran mitos en torno a los ejemplares especialmente viejos y ramificados de su especie.

En la Mesopotamia, se creía en un árbol del cielo que cubría las naciones y llevaba todas las semillas de la tierra. En el antiguo Egipto existía el mito de un árbol de la vida gracias al cual el faraón se convertiría en inmortal. En Canaán, el olivo, la vid y la palmera datilera eran sagrados y se consideraban árboles de los dioses.

Rodeado de estos mitos, el pueblo de Israel adoptó algunas de las imágenes en su propio culto. Los israelitas ungían a sus reyes con aceite extraído de los árboles. Las imágenes de los árboles se incorporaron a sus relatos. Ezequiel describe un árbol del mundo que se eleva sobre todo e Isaías también utiliza la imagen del árbol. Y la narrativa del paraíso no puede prescindir de dos árboles especiales.

Hace parecer viejo: el árbol de la ciencia del bien y del mal

Paradisíaco: un huerto lleno de árboles y arbustos elegidos y plantados por Dios mismo. Hay un río repartido en cuatro brazos que mantiene el lugar bien regado y fértil. Los animales son pacíficos y Adán y Eva pasean desnudos sin vergüenza. Hay dos árboles en el centro. Eva se acerca a uno de ellos y prueba la manzana.

¿Una manzana?

Rara vez había manzanos en Palestina, pero no estaban las hermosas manzanas rojas que hoy conocemos por las imágenes de la caída en el pecado, sino manzanas verdes silvestres. Así que se conocía a las manzanas y, sin embargo, la fruta no es mencionada en absoluto en la narración. La Biblia solo habla aquí de un fruto de un árbol. La manzana se introdujo en la tradición cristiana por un malentendido lingüístico: La palabra latina malum significa tanto “mal” como “manzana”, según cómo se pronuncie.

Los dos primeros seres humanos comieron el fruto desconocido, aunque conocían exactamente la prohibición, y entonces tuvieron conocimiento del bien y del mal. Lo primero que vieron fue que estaban desnudos. La Biblia no entra aquí en más detalles sobre la naturaleza del conocimiento, pero la historia explica de dónde procede el discernimiento ético. Es una imagen para la alternativa de si el ser humano es obediente a Dios y le deja a Él todo el orden de las prioridades, o si quiere conocer todo el orden de las prioridades por sí mismo y llega a ello mediante la desobediencia.

Con él uno puede llegar a viejo: el árbol de la vida

El árbol de la vida desempeña un papel más bien secundario en la narración del paraíso. Tras la caída en el pecado, los seres humanos ya no pueden comer de él, para no vivir eternamente. Son echados del huerto del Edén y los querubines custodian ahora el árbol de la vida.

El árbol de la vida, conocido por muchos mitos, recién adquiere su papel brillante en la Biblia en el Apocalipsis. En el futuro volverá a ser posible comer del árbol de la vida, pues el reino de Dios será la realización perfecta del paraíso. Jesucristo lo hizo posible con su muerte en sacrificio. “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”, dice Apocalipsis 2:7, que se interpreta como un símbolo de Jesucristo. Y en Apocalipsis 22, en el último capítulo de la Biblia, se mencionan claros recuerdos del paraíso. Se promete que los que vencieren con Cristo vivirán para siempre. Así, la Biblia comienza y termina con referencias a un árbol que da la vida eterna.


Foto: Anselm Baumgart - stock.adobe.com

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Katrin Löwen
24.04.2023
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