
Este artículo invita al servidor de la palabra a una reflexión más profunda: ¿Cuáles son mis fuentes de inspiración como predicador? ¿Qué es lo que da vida a la preparación de la prédica y a la prédica en sí? Este artículo invita a un viaje de descubrimiento.
A veces puede parecer una tarea ardua. Se acerca el momento de dirigir un Servicio Divino. Lees (o escuchas) los Pensamientos Guía para el Servicio Divino. Los relees y los vuelves a leer. Investigas el texto bíblico y su contexto. Reflexionas sobre el mensaje y el contenido del Servicio Divino. Piensas en las necesidades de la comunidad y oras por ellas. Y entonces llega el punto de inflexión: el momento en que la actitud cambia. Ha llegado el momento de que Dios hable, para que uno pueda hablar a la comunidad.
Las letras y las palabras escritas en el papel –o en una pantalla– deben convertirse ahora en algo más: una prédica viva e inspiradora. Pero, en cierto sentido, toda nuestra vida ya es una prédica, si la vida cotidiana está inspirada por la fe. Cada momento, cada elección, se convierte en una oportunidad para hablar a través de la acción, encarnando el mensaje mucho antes de que se pronuncien las palabras.
Inspiración a través de la vivencia de la fe
La prédica no se produce en el vacío. La prédica es una extensión de lo que ya somos, o de lo que estamos en proceso de ser: una nueva creación en Cristo. Como se mencionó en un artículo anterior, el Espíritu Santo no solo actúa durante la prédica, sino también durante su preparación y antes de la misma. Hablamos aquí de una vida arraigada en la fe y orientada hacia el Dios trino. La fe es una vida inmersa en el Espíritu Santo: inspiración divina que fluye desde arriba y brota desde adentro.
En el Evangelio de Juan, Jesús habla de esta vida divina. Los que tienen fe en Él, dice, “de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38).
La vida en el Espíritu Santo, en Cristo, es también una vida de oración y santificación personal. Es estar en silencio, para que Dios pueda revelarse en una voz tranquila y suave. La inspiración divina a menudo se encuentra de rodillas.
Inspiración a través de experiencias personales de fe
Para llamar de nuevo la atención sobre lo dicho en un artículo anterior: uno solo puede dar lo que ya posee y ha experimentado. Una vida de fe, vivida en el Espíritu, es un auténtico tesoro de inspiración. Aquella vez que luchaste personalmente con Dios en la oración, cuando toda esperanza parecía perdida y te invadió una sensación de paz. O aquella vez que profundizaste e hiciste un nuevo descubrimiento en tu fe. Tal vez fue aquella vez que visitaste a una familia durante su lucha o duelo y fuiste testigo de su coraje y esperanza. O aquella vez que experimentaste a Dios de un modo especial durante el Servicio Divino, o en compañía de un hermano o hermana, o incluso en las palabras de un niño. Todos podemos echar la vista atrás y recordar momentos de fe que son profundamente personales…
La inspiración de la experiencia personal se traduce en convicción personal. La prédica no es una mera alabanza de labios a lo que hay que decir, sino una declaración abierta de convicción personal en presencia de la comunidad. Es ser auténtico.
Inspiración a través del amor y la comprensión de tu fe
Jesús dijo que lo que hay en nuestro interior se manifestará inevitablemente como fruto visible. Concretamente, “de la abundancia del corazón”, dijo, “habla la boca” (Mateo 12:34). Es mucho más fácil hablar de algo que se ama y se comprende.
En el fondo, nuestro amor nace del conocimiento y la comprensión del Evangelio y, en particular, de la persona de Cristo. Pablo rogó a Dios que concediera a los creyentes una comprensión más profunda, para que “seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:18-19).
Es nuestro amor por Cristo –y una profunda comprensión de su amor por nosotros– lo que inspira la prédica. “Gustad, y ved”, dice el salmista, “que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él” (Salmos 34:8). Y con ese amor viene un humilde anhelo: el deseo de conocerlo y experimentarlo más profundamente. Ese conocimiento y esa experiencia llegan a través de un compromiso significativo con todos los aspectos de la vida cristiana.
Lo mismo ocurre con nuestro amor a la Iglesia y la comprensión de su doctrina. La Iglesia tiene una teología y una misión específicas autorizadas por el ministerio de Apóstol y esto es algo que hay que llevar a la novia de Cristo de manera convincente.
Reflexionar sobre nuestra vida de fe
Reflexionar sobre nuestras fuentes de inspiración arroja luz sobre nuestra relación con Dios, nuestro prójimo y lo que viene de nuestro interior. Arroja luz sobre nuestra vida de fe, es decir, una vida inmersa en el Espíritu Santo y en el conocimiento de Jesucristo. Se trata de un compromiso significativo –en una vida a menudo llena de distracciones y responsabilidades– para hacer de esa nueva creación una realidad viva, la cual, a su vez, uno puede compartir con los demás.
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Sobre el autor

El Dr. Markus Cromhout (nacido en 1972) es teólogo de la Iglesia Nueva Apostólica África del Sur y está activo como Evangelista en su comunidad. Estudió en la Facultad de Teología de la Universidad de Pretoria y es doctor en Nuevo Testamento. Además de obras académicas, también escribe libros de divulgación científica. Organiza seminarios sobre el tema de la “homilética” y aporta semanalmente contribuciones de fondo.