Felicitaciones por la fe

Todos tienen derecho a ser felices. En Mateo 5:3-10, Jesús felicita a personas que a primera vista no parecen felices. El 20 de marzo es el Día Internacional de la Felicidad: un buen motivo para echar un vistazo a estas felicitaciones.

Muchos siguen a Jesús. Va de un lugar a otro, hace milagros, muchos lo dejan todo para escucharlo. Un día, sube a un monte –según Lucas, un llano– y comienza su discurso más importante. El Sermón del Monte se considera la clave para entender las enseñanzas de Jesús.

Y comienza con promesas. La enseñanza de Jesús no comienza con mandamientos, amonestaciones o amenazas, sino con felicitaciones. “Bienaventurados…” también puede traducirse como “Felicitaciones a…”.

En todas las culturas se felicita. Ya sea por un cumpleaños, por aprobar un examen o por tener un hijo. En el Antiguo Testamento, las felicitaciones se dan sobre todo a los fieles, los obedientes, los confesores, los valientes, los que oyen a Dios y estudian la Torá. Jesús lo da vuelta, haciendo hincapié en otras cosas.

Con las bienaventuranzas o felicitaciones, Jesús invita a todos los que se deciden a seguirlo. Sus palabras son amplias, valen para todos, no solo para el pueblo judío o específicamente para la cultura de la época. En todas partes hay personas pobres, que lloran o tienen hambre. Jesús ya les cambia su situación porque les promete un gran futuro.

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Esta bienaventuranza se encuentra también en el Evangelio de Lucas, donde dice: “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lucas 6:20). Allí se habla explícitamente de los miembros más bajos de la sociedad. Al añadir las palabras “en espíritu”, podemos suponer que Mateo se refiere a los que están abatidos bajo el peso de la culpa y reconocen que se presentan ante Dios con las manos vacías. Jesús les promete la mayor recompensa que puede haber: pertenecer al reino de los cielos. Ahora y en el futuro, porque recibiendo el don del Espíritu Santo nace el nuevo hombre, que vivirá con Dios por toda la eternidad.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.

Esta bienaventuranza recuerda a Isaías 61:2, donde el profeta habla de un Mesías que un día consolará a todos los enlutados. Esta promesa se ha hecho realidad en Jesús. Los que temen el castigo de Dios a causa de su culpa y tienen que sufrir por sus pecados pueden respirar aliviados: Dios les ha concedido gracia. Esto ya consuela ahora, pero en el futuro, cuando su reinado se haga visible, la consolación será completa.

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

Los “mansos” también puede traducirse como “personas sin poder”. En tiempos de Jesús, había revolucionarios que querían instaurar por la fuerza el reino de Dios prometido. El mensaje de Jesús es de paz. Rechaza la violencia y advierte contra el uso de la violencia para imponer la fe cristiana. Son felices los que confían en que Dios cumplirá su promesa y hará una nueva creación. La promesa: los que ahora perseveren y confíen en Dios serán herederos de la nueva creación.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Mientras que Lucas se centra explícitamente en los que ahora tienen hambre (Lucas 6:21), Mateo felicita a los que tienen hambre y sed de justicia. El reino de Dios es un reino justo. Y la justicia de Dios es diferente de la que conoce la humanidad. Se caracteriza por el amor. Una mirada a Salmos 119:123 lo demuestra: La justicia significa estar libre de culpa a los ojos de Dios. Los que tienen hambre y sed de justicia, por lo tanto, tienen un intenso deseo de estar libres de culpa. La promesa de Jesús es que este deseo será satisfecho. Él da gracia para el perdón de los pecados y, en su reino de paz, la culpa quedará completamente borrada.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Los versículos siguientes definen la ética del Sermón del Monte. En primer lugar, debemos reconocer que hay personas en situaciones desagradables. Luego viene el entrar en acción. La misericordia, la ayuda amorosa a personas necesitadas, es el mandamiento fundamental de amar al prójimo como a uno mismo. Hoy en día lo llamamos empatía. A quienes actúan así se les promete que Dios mismo les dará misericordia. Él se apiada de los pecadores y los ayuda a salir de su necesidad, tanto en esta vida como después de la muerte.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

Deuteronomio 6:5 dice: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”. Esto es lo que Jesús entiende por ser de limpio corazón. Y responde perfectamente a este mandamiento de Dios. Quien tiene un corazón limpio no quiere hacer daño a su prójimo en lo más íntimo de su ser; al contrario, quiere lo mejor para él. A cambio, Jesús promete que verá a Dios. Ningún ser humano ha podido hacerlo nunca. Solo será posible en la nueva creación. Por ahora es válido que quien ve a Jesús ve al Padre.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

La traducción literal es: “Hacedores de paz”. Se trata de un comportamiento activo. Y la paz no es solo la ausencia de guerra. En la paz también se reconocen las necesidades, se toman en serio y se satisfacen en la medida de lo posible. A quienes contribuyen a que las personas de su entorno estén satisfechas se les promete que podrán ser hijos de Dios. Algunos de los que luchaban por la liberación que querían instaurar el reino de Dios por la fuerza se llamaban a sí mismos falsamente como se llaman ante Dios los verdaderos hacedores de paz.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Aquí se llama bienaventurados a los que son perseguidos por su fe. Cuidado: La hostilidad debida a los propios pecados no cuenta. La razón de la hostilidad es vivir según la voluntad de Dios. La persecución es una consecuencia del seguimiento a Dios. Pero vale la pena. Porque Jesús también promete la mayor recompensa a los perseguidos por su causa, como en la primera bienaventuranza: la participación en el reino de los cielos. Esto resume todos los dones mencionados. No puede haber mayor promesa.

¡Felicitaciones!


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Katrin Löwen
19.03.2024
Biblia, fe y religión