“Solo quería encontrar paz”

¿Qué mueve a una persona que planea quitarse la vida? Hace unos años, la revista “spirit” hizo esta pregunta a tres personas directamente afectadas por el tema del suicidio. Unos días después del Día Internacional para la Prevención del Suicidio, aquí están sus respuestas.

En el Día Internacional para la Prevención del Suicidio, informamos sobre la ayuda que puede brindarse a personas con tendencias suicidas. Por encima de todo, es importante escuchar y hablar. En este artículo, personas que han sido afectadas personalmente por algún suicidio darán su opinión.

La historia previa

Sabrina* tenía doce años cuando intentó suicidarse por primera vez. Recuerda claramente la situación: “Mi madre me había golpeado tanto con un cepillo de mano porque había traído a casa una mala nota, que dije: ¿Por qué no te matas? Tomé sus pastillas para dormir, pero eran pocas. Mi madre después me despertó, no se dio cuenta de que quería quitarme la vida. En esas situaciones, simplemente estás vacío, estás totalmente fuera de ti mismo. Ya no puedes tomar decisiones sensatas, todos tus pensamientos van en una sola dirección: ya no quiero estar aquí”. El motivo es claro para Sabrina: “Nunca me sentí protegida en casa, mis padres no me dieron ningún apoyo. Tenía la sensación de que no me querían”.

Julia*, que también tuvo pensamientos suicidas por primera vez cuando era niña, pasó por una experiencia similar: “No recibí mucho apoyo de mis padres. Sentí que no podía hablar con ellos de nada. No eran confidentes para mí. Incluso hoy, me resulta difícil confiar en los demás o aceptar el afecto. Siento que no soy digna de amor. Siempre fui la extraña, incluso en la escuela”.

Pedro*, cuyo hermano Juan se quitó la vida a los 52 años, está seguro de que Juan no era menos querido en la familia que sus tres hermanos. A pesar de ello, muchas veces debió sentirse postergado, piensa Pedro: “Nunca se tomó la vida a la ligera. Entonces, hace cuatro años, toda su existencia se desmoronó: perdió su trabajo, su matrimonio se disolvió, pidió licencia de su ministerio de Pastor. Estaba tan avergonzado que ya no quería ir a su comunidad de origen, por lo que también perdió sus contactos privados. Supongo que todo eso era demasiado para él, así que se quitó la vida”.

El suicidio como última opción

“De niña, pensaba que si no me iba bien en la vida, siempre podía quitármela”, dice Julia. Sabrina también mantiene abierto este “último recurso”, aunque piense que es egoísta: “Es mi última oportunidad de encontrar la paz. En ese momento no piensas en tu familia. No te importa lo que venga después”.

Juan, en cambio, planificó cuidadosamente su suicidio y se esforzó por incriminar lo menos posible a los demás con su acto: se afeitó y se guardó su documento de identidad antes de saltar por la ventana de su departamento en el sexto piso. Como hay un parque infantil bajo la ventana delantera, saltó de la habitación que da a la parte trasera. En una carta de despedida, pidió perdón a su familia por el dolor que iba a causar, explicando que había pedido a Dios fuerza para ellos.

De adulta, Sabrina intentó escapar de la vida una vez más, esta vez con suficientes pastillas. Pero el plan fracasó. Su marido echó la puerta abajo y la llevó al hospital, donde le hicieron un lavado de estómago. “Cuando me desperté, lo primero que pensé fue: otra vez no funcionó, otra vez no fuiste lo suficientemente buena, otra vez no lo lograste”.

Caminos de vuelta a la vida

En las semanas siguientes, los sentimientos son ambivalentes: el arrepentimiento de seguir vivo se opone al pensamiento: “¿Quién sabe dónde habrías acabado?”. Julia nunca pensó en esto durante sus fases suicidas; para ella, el deseo de paz final, de tranquilidad para siempre, era primordial. Apenas temía a la muerte: “¿Qué podría ser peor que mi vida actual?”. Y Sabrina tampoco está segura de cómo evaluar la continuidad de su vida: “No puedo decir si soy feliz. Mi vida ha dado frutos. Pero aún hoy sigo pensando que la muerte es algo que realmente puede traer redención”. La terapia le ha ayudado a controlar su vida. Y está convencida de que este también puede ser el camino correcto para otros: “No hay que tener miedo de ir al psicólogo. Hoy puedo afrontar mejor algunas cosas. Cuando pienso en ello hoy, el amado Dios –aunque tarde– siempre estuvo presente y finalmente, estando al límite de mi capacidad, me volvió a sacar. Ahora surge la pregunta: ¿Por qué tuve que pasar por esto? Quizás para poder ayudar a otra persona que esté pasando por lo mismo”.

Julia, Sabrina y Pedro están de acuerdo en una cosa: la mejor persona para ayudar es alguien que ha pasado por algo similar, solo ellos pueden empatizar realmente con lo que siente la otra persona. Ni Sabrina ni Julia pudieron ser ayudadas por amigos o familiares; ninguna de las dos compartió sus pensamientos con quienes las rodeaban. Pedro sospechaba que Juan podía ser un suicida, pero no recibía ninguna señal concreta de él: “Juan hacía de vez en cuando insinuaciones como: ¿Qué sentido tiene todo esto? O bien: sería mejor no estar más aquí; ya me preocupaba eso. Entonces busqué un contacto intensivo con él, hicimos muchas cosas juntos. Sin embargo, al final no pude ayudarle”.


*Nombres cambiados por los editores


Este artículo fue publicado originalmente en una versión más larga en la revista de la Iglesia Nueva Apostólica “spirit”, número 05/2008.

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Redaktion spirit
30.09.2021
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