A la misión de ayuda en Kivu del Sur

Tras un accidente, Robert se toma en serio su viaje a África Central para ayudar a instalar una clínica de “Médicos sin Fronteras”, pero las cosas se desarrollan de forma diferente a lo esperado. La continuación de su historia.

En febrero de 2020, ha llegado el momento: Robert, de Hamburgo (Alemania), aterriza en Baraka (República Democrática del Congo). Es la temporada de lluvias. “Nunca llueve todo el día, cada día también tenemos sol. Pero cuando llueve, es una lluvia que no podemos imaginar en Europa. Hace unas semanas, 20.000 personas perdieron sus chozas aquí, la lluvia se las llevó”.

La temporada de lluvias significa horas extras para Médicos sin Fronteras, porque con las lluvias llegan las enfermedades. En el Congo, miles de personas mueren cada año de sarampión, cólera, ébola y otras enfermedades. El paisaje idílico contrasta con esto. Baraka está ubicada junto al lago Tanganica, el segundo más grande de África, y está rodeada de verdes colinas. “Si hubiera menos miseria y no existiera la amenaza de los grupos rebeldes”, dice Robert, “podría ser un paraíso vacacional”.

Pero la amenaza del crimen y de los grupos rebeldes define su vida más de lo que imaginaba. “No se me permite salir a la calle solo y siempre tengo mi radio conmigo. Cuando oscurece, solo se nos permite salir en auto”. Hay una buena vecindad con los residentes de Baraka, dice Robert: “La gente de aquí en Baraka sabe lo que tiene en Médicos sin Fronteras”.

El trabajo cotidiano

Robert se acostumbró rápidamente a la rutina diaria en Baraka. Algunos de sus colegas se ocupan de un hospital ya existente. Los demás, que son responsables junto con él del nuevo edificio de la clínica, viven en un antiguo hotel, donde cada uno tiene su propia habitación. Pasan mucho tiempo juntos, en el trabajo, en las comidas y por las noches. “La comunión es una de las cosas más lindas de aquí”, opina Robert, “en nuestro equipo hay médicos y logistas de todo el mundo, de Nueva Zelanda, Italia, Kenia, Uganda, India... Nos divertimos mucho juntos“.

Pero el tiempo libre es escaso, las semanas laborales de 60 horas son lo habitual. Hay mucho que hacer, a menudo cosas inesperadas. Robert ha abandonado rápidamente la idea de responsabilizarse únicamente de la planificación financiera y de personal de la construcción de la clínica: “Básicamente, hago todo lo que está pendiente, por ejemplo, me ocupo del aeródromo local, donde aterriza un avión una vez a la semana. Veo si la pista es utilizable o si hay que reparar previamente los daños causados por la lluvia. Entonces le comunico al piloto si puede aterrizar y, si es necesario, le ayudo con los instructivos para poder hacerlo. Nunca había hecho algo así”.

La experiencia de fe

A Robert le gusta mucho su trabajo en el Congo y ha hecho amigos entre sus colegas. Lo que le pesa es la incertidumbre de cuándo podrá reunirse con su esposa. Habían planeado verse cada tres meses; el primer encuentro sería en Sudáfrica. Los vuelos ya estaban reservados, pero cuando la pandemia del coronavirus se extendió a África, la RD del Congo cerró sus fronteras y Robert ya no pudo salir del país.

En esta situación se alegra doblemente de que, en contra de las expectativas, podrá asistir a los Servicios Divinos nuevoapostólicos. “Mientras hacía footing, pasé por delante de una casa con nuestro emblema. ¡Había descubierto la Iglesia Nueva Apostólica en Baraka! Fui allí el domingo siguiente por la mañana. Solo había dos filas de sillas en la iglesia. A medida que avanzaba el Servicio Divino, se fueron sumando más hermanos y hermanas, cada uno con su propia silla de plástico, y al final estaba realmente lleno. No entendí ni una palabra de la prédica, ya que se predica en suajili, pero pude cantar los himnos y me sentí como en casa. El domingo siguiente celebró el Servicio Divino el Evangelista de Distrito y me lo tradujeron al francés, para que pudiera entender algo. Encontrar una comunidad nuevaapostólica aquí es una gran experiencia de fe para mí”.

Las perspectivas

El tiempo pasado con “Médicos sin Fronteras” ya cambió a Robert, dice: “Aprendí que la planificación no es tan importante como siempre pensamos los alemanes. Aquí también planificamos, pero luego llega una lluvia fuerte o cualquier otra cosa y echamos por tierra todos los planes y reaccionamos espontáneamente a la situación. Antes creía que era bastante espontáneo, pero aquí se requiere serlo de una manera completamente diferente”.

Desde su perspectiva actual, las personas en Europa no suelen apreciar lo bien que lo tienen. “Mucha gente aquí se gana la vida sacando grava de grandes rocas con un martillo. Apenas hay ayudas técnicas. Y, sin embargo, la gente saca lo mejor de su situación, llegando al trabajo por la mañana con una broma y una sonrisa, cantando y bailando siempre que puede...”.

Robert se da cuenta de que volver a su antigua vida no será fácil. “Lo que hago aquí es totalmente vital. No puedo decir lo mismo de mi trabajo en casa... No sé si podré seguir haciendo lo que hacía antes”.


Este artículo apareció originalmente en una versión más larga en la revista nuevoapostólica spirit, edición 04/2020 .

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