Ampliamente reconocido como varón de Dios

La misma Iglesia que lo había rechazado le ofreció el lugar de reposo final y le erigió un monumento. Un pionero del apostolado moderno descansa en Glasgow, la ciudad que el Apóstol Mayor visita este fin de semana.

“Irvinitas” es como se llamaba a menudo a las comunidades católicas apostólicas. Y “nuevos irvinitas” fue en su día el nombre de una rama que surgió en Alemania, de la que se originó la Iglesia Nueva Apostólica. Un error: Edward Irving no fue el fundador del movimiento apostólico en el siglo XIX, aunque desempeñó un papel importante.

Un predicador especial

Tres hombres están en el centro de los acontecimientos que finalmente conducen a que nuevamente existan portadores del ministerio de Apóstol: Henry Drummond, el banquero en cuya finca se reúne el llamado Círculo de Albury. John Bate Cardale, el abogado que se convierte en el primer Apóstol de los tiempos modernos. Y luego el predicador Irving, que apoya a Drummond y cuya comunidad recibe a Cardale, quien todavía está buscando.

Irving es el párroco de una comunidad de escoceses en Londres. Su inusual estilo de predicar atrae a tanta gente que el consejo eclesiástico manda construir para él una nueva iglesia con capacidad para 1.800 visitantes. Pero cuando se vuelve hacia el movimiento apostólico, se produce una ruptura.

Abandonado y rechazado

Irving permite las profecías y el hablar en lenguas en los Servicios Divinos de su iglesia. En 1832, la Iglesia Reformada de Escocia lo expulsa. No se rinde y sigue predicando, a la intemperie si es necesario, pronto nuevamente ante 800 personas. Entonces la Iglesia nacional lo somete a juicio: en 1833 pierde su licencia para predicar y enseñar, y finalmente es expulsado.

Pero ese no es el final. Unas semanas más tarde, Cardale –que entretanto había sido llamado como Apóstol por los profetas– lo ordena ángel de la comunidad (que aún no se llamaba Católica Apostólica) de la calle Newmann de Londres. Sin embargo, no se le concede un largo período en el ministerio.

Valorado y honrado

Edward Irving está sobrecargado de trabajo y se siente agotado. Desoye el amoroso consejo de tomarse un tiempo de descanso. Llega a Glasgow en una especie de viaje misionero por Escocia. Allí muere el 8 de diciembre de 1834, a los 42 años, de una enfermedad pulmonar. El presbítero Laurie, el hombre que en aquella época había llevado al joven predicador a Londres, puso a su disposición un lugar para su entierro: la catedral de la Iglesia estatal de Glasgow.

También asistieron al funeral muchos clérigos de toda la ciudad, informó The Times: Puede ser que no estuvieran de acuerdo con su teología, pero se sintieron obligados a reconocerlo como un varón de Dios. “Todas las demás consideraciones desaparecieron ante las profundas condolencias generales”, escribió el Scottish Guardian.

Edward Irving tiene un monumento en la catedral en la forma de una vidriera del famoso vitralista italiano Guiseppe Bertini. “Es una imagen de Juan el Bautista, a quien Irving tanto se parecía en su misión y en el contenido de sus prédicas”, escribe el historiador estadounidense Plato Ernest Shah. “Pero el rostro de este cuadro es el rostro de Edward Irving”.

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Andreas Rother
18.10.2024
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