“En la fe, hacer lo correcto”

Vuelven las imágenes de personas huyendo, buscando desesperadamente un lugar seguro. En 2015 ya hubo imágenes similares. Elena Kloppmann las vio y no pudo quitárselas de la cabeza. Y tomó la decisión de ayudar. Lo está haciendo en el Mediterráneo.

Es de noche, está oscuro y tormentoso. Los faros del Nadir se dirigen a un pequeño bote de madera. Las 34 personas que navegan en él no han comido durante cuatro días y han empezado a beber agua salada. La tripulación del velero lucha mano a mano para subir a las personas a bordo.

En medio de todo ello está Elena, la coordinadora de comunicación, que hace fotos e intenta comunicarse con la gente. De repente, alguien grita: “¡Elli, llévate al niño!”. “Me arrodillé en nuestro velero y alcancé al niño”, dice, “y en ese momento fui consciente de que si lo dejaba caer, se hundiría. Nunca abracé a un niño como abracé a este”.

Alguien que nunca navegó se sube a bordo

Elena Kloppmann, de 28 años y criada como nuevoapostólica, es una persona divertida. Pero el hecho de que las personas se ahoguen mientras están huyendo en el Mediterráneo es algo que no puede soportar. Cuando se enteró de que una antigua compañera de colegio trabaja como cocinera en uno de los barcos que rescatan personas en el Mediterráneo, el “tienes que hacer algo al respecto” se convirtió en “puedo hacer algo concreto”.

“En realidad, era la primera vez que me subía a un barco de vela”, admite Elena. “Y también pasé la primera noche colgada de la baranda”. Menos de 24 horas después de la salida, el Nadir, en el que Elena navega con sus cinco compañeros, se encontró con un pequeño barco de madera que se balanceaba en el mar.

“Eso no debía estar en el Mediterráneo. Era una cáscara de nuez”, dice Elena, todavía aturdida. El motor estaba estropeado, no había remos, el barco no podía maniobrar; en otras palabras, estaba en gran peligro. Elena había tomado pastillas para las náuseas y funcionó.

Hacer algo más que estudiar los problemas

Tras su licenciatura interdisciplinar en Humanidades en Friburgo, Alemania, y su máster en Comunicación Intercultural y Relaciones Internacionales en Dinamarca, Elena realizó prácticas en las Naciones Unidas en Nueva York. “Me enfrentaba a los problemas de este mundo todo el tiempo, pero sentía que vivía una vida muy privilegiada”.

Elena ya tenía contacto con los refugiados a través de su comunidad de origen en el sur de la Selva Negra. Tras hablar con su madre anfitriona en Nueva York, que tenía experiencia como trabajadora de urgencias en una ambulancia, Elena lo tuvo claro: “Me iré al Mediterráneo”. Escribió a varias organizaciones de ayuda independientes y se anotó inmediatamente en uno de los primeros grupos que respondieron: Resqship.

Los socorristas ayudan mano a mano

Desde que el Estado ha dejado de realizar salvamento marítimo, se han formado ONG (organizaciones no gubernamentales), informa Elena. Los socorristas vigilan las violaciones de los derechos humanos en el Mediterráneo, por ejemplo, cuando no se rescata a las personas o se les impide por la fuerza abandonar la costa, y si hay personas en peligro en el mar.

Utilizan las redes sociales para darlo a conocer al mayor número de personas posible. Ese era el trabajo de Elena como coordinadora de comunicaciones en el Nadir.

Los barcos de las ONG dividen el Mediterráneo en diferentes sectores para que cada barco siga una ruta determinada y se comunican entre sí constantemente. “Por ejemplo, si nos encontramos con un barco con 200 personas, no podemos manejarlo como un equipo de seis en nuestro yate de 19 metros. Eso significa que llamamos a los guardacostas de Italia y Malta para que nos ayuden y pedimos a los barcos de otras ONG si pueden colaborar con nosotros”. A menudo, el barco que está más cerca se encarga del rescate.

Ayudando, Elena también se gana la vida. Trabaja en marketing para una organización internacional de ayuda a la infancia. La entrevista la realizó desde un campo de refugiados en Grecia. El amor al prójimo va para ella en primer lugar. “Es una huella de mi infancia, el hecho de que toda persona, no importa de dónde sea y no importa su origen, debe ser amada”, cuenta.

Experiencias que la cambiaron

Al crecer con un padre que tenía un ministerio sacerdotal, Elena siempre estuvo presente en todas las actividades de la Iglesia Nueva Apostólica, incluso cuando era niña. Más tarde se convirtió en encargada de la juventud en Friburgo. En el barco, su fe le dio contención y los cantos del coro de juventud la acompañaron. “La fe me da la convicción de que esto es exactamente lo que hay que hacer en este momento”.

Por otro lado, Elena experimentó vivencias a bordo que le hicieron preguntarse por el porqué. En una embarcación, se había filtrado el combustible, lo que produjo que se borraran varias capas de la piel de las personas a bordo. “El otro camino hubiera sido tirarse por la borda, lo que sería una muerte segura. Entonces era mejor quedarse y padecerlo”.

Uno nunca vuelve de una misión como cuando subió al barco, dice Elena. “Porque se ven cosas que no se ven en tierra y porque uno se enfrenta a situaciones extremas”. Se dio cuenta que ella puede funcionar en esas situaciones y ayudar a los demás. También tuvo encuentros que la cambiaron para siempre. Encuentros con socorristas y encuentros con personas que huyen. “Son personas súper inspiradoras”, resume, “eso me da una cantidad increíble de energía”.

Incluso ante el ataque a Ucrania, Elena no pudo quedarse de brazos cruzados. El viernes por la tarde, tras el estallido de la guerra, se dirigió a la frontera ucraniana con una amiga del servicio de salvamento marítimo y llevó suministros de ayuda. Actualmente está ampliando el corredor de ayuda privada desde Alemania.

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Katrin Löwen
08.03.2022
compromiso social, personalidades