Más allá de la desesperación
Acabado, terminado, ¡basta! Ya no puede más. Y ya no quiere. Sobre todo, ya no quiere vivir. Pero en el punto más bajo de su desesperación, Elías encuentra el camino hacia un nuevo comienzo: en el encuentro con Dios.
“Basta ya”, dice el profeta refiriéndose a su vida. Se sienta bajo un enebro y quiere morir: “Jehová, quítame la vida” (1 Reyes 19:4). Elías no es el primer varón de Dios con deseos de morir. Moisés y Jonás también pasaron por eso, pero las razones son muy distintas.
Agotamiento bajo el enebro
En lo que respecta a Moisés se trata de una especie de juramento de revelación. La carga de apaciguar al pueblo de Israel se le hace demasiado pesada. “Yo te ruego que me des muerte”, le dice a Dios, “y que yo no vea mi mal” (Números 11:15). Jonás, por su parte, está dominado por el fastidio de que el Señor se apiade de Nínive. Esto hace añicos su visión del castigo para los malvados. “Porque mejor me es la muerte que la vida” (Jonás 4:3).
En el caso de Elías es puro agotamiento y desesperación, un agotamiento que lo lleva a la depresión. Ha peleado y luchado por el único Dios, ha dado la vida a personas y se la ha quitado, ha obrado milagros y se ha hecho enemigos. Pero todo quedó en la nada. El pueblo destrozó los altares y mató a los profetas. Todo fue en vano.
Tocado por el impulso divino
Elías se retira tan lejos como puede. Consigue marchar un día más. Luego se acuesta y se duerme. Elige un lugar especial para su retiro. No en el mar, esa fuente de caos, la boca del inframundo. Eso sería estar lejos de Dios. No, él va al desierto. Allí, donde su pueblo experimentó la conducción y el desvelo, columnas de fuego y de nubes, maná, codornices y agua de la roca.
Consciente o inconscientemente, Elías busca la cercanía de Dios. Y experimenta impulsos divinos: “Un ángel le tocó, y le dijo: Levántate, y come”. Dos veces el profeta recibe este empujón. La primera vez, solo consigue reponerse para comer y beber algo. La repetición le da fuerzas para ponerse en camino.
En camino hacia el encuentro
Esta vez el varón de Dios quiere saber. Se adentra cada vez más en el desierto. Busca no solo el lugar de la cercanía de Dios, sino incluso el lugar de la revelación de Dios: el monte Sinaí, también conocido como Horeb, donde el Señor mismo se revela a su siervo y graba en la piedra su voluntad para el pueblo.
El viaje requiere perseverancia. Elías está en camino durante 40 días y 40 noches. Pero vale la pena. Dios sale a su encuentro. No de forma espectacular en una tormenta, en un terremoto o en un fuego, sino en un silbo apacible y delicado. Y se entera de lo que ocurrirá después.
Más cerca en la necesidad
Elías pudo vivir que quien busca la cercanía de Dios puede experimentar sus impulsos. Y a quien emprende el camino, Él puede revelarle cómo seguirán las cosas. Dios está especialmente cerca de aquellos que están desesperados: “Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15).
Esto es precisamente lo que Jesucristo atestigua en la cruz cuando grita: “Eloï, Eloï, ¿lema sabachtani?”. Los espectadores creen que está pidiendo ayuda al profeta Elías. En realidad, recita Salmos 22, que comienza: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Y desemboca en una profunda desesperación: “He sido derramado como aguas. Mi corazón fue como cera. Como un tiesto se secó mi vigor”.
Pero al final está la experiencia: “¡Tú me oíste!”. Y la gratitud: “De ti será mi alabanza en la gran congregación”.
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Andreas Rother,
Katrin Löwen
23.03.2023
Biblia