En foco 14/2017: Gloria a Dios, ¿y por qué?
No alcanza con palabras grandiosas. De qué se trata la alabanza a Dios, lo explica el Apóstol de Distrito Charles S. Ndandula (Zambia, Malawi, Zimbabwe).
Dios sabe todo y conoce a cada uno. Por eso hay que darle a Él la gloria. Él es el Creador de todas las cosas, tanto de la creación visible como la invisible. El hombre sólo puede producir a partir de algo que ya existe. No es capaz de crear nueva vida. Se agrega a ello que todo lo que nosotros generamos como seres humanos, está limitado en el tiempo y no puede seguir existiendo eternamente. Para crear algo debemos tomar de lo que Dios ya ha creado. Cuando se habla de los grandes logros de la humanidad –sea el avión, el teléfono, el automóvil, la electricidad o el Internet– casi siempre se nombra solamente al inventor, pocas veces al Creador de las materias primas y de las leyes de la naturaleza, a Dios.
No alcanzan únicamente las palabras para dar a Dios la gloria que le corresponde. La alabanza debe salir del corazón y estar unida a acciones apropiadas y a una conducta dedicada a Él. Hay personas que opinan lo que dicen. Pero también hay situaciones en las que las personas dicen algo sólo para protegerse a sí mismas o para sacar lo mejor para sí mismas. La mejor manera de dar gloria a Dios, alabarlo y honrarlo, es a través de nuestra conducta. Esto significa que debemos orientar nuestra vida a la voluntad de Dios.
¿Y qué es la voluntad de Dios? Dios quiere que todos los hombres sean salvos. Esto es expresión del amor de Dios por la humanidad. Por eso, el hombre debe creer en Dios y en los que Él ha enviado: su Hijo, Jesucristo, y sus Apóstoles, que anuncian el Evangelio. Por lo tanto, no sólo demos gloria a Dios con palabras, sino con todo nuestro accionar y obrar. Todo lo que pensamos, decimos o hacemos, debe dar gloria a Dios, nuestro Padre.
La Biblia informa sobre la parábola de los hijos desiguales. Un hombre pide a ambos hijos que trabajen en la viña. El primer hijo dijo que no quería. Pero como se arrepintió, después lo hizo. El segundo hijo dijo de inmediato: "¡Sí, Señor!", pero luego no lo hizo. El primer hijo, entonces, honró a su padre. Nuestra fuerza, nuestro saber y todo lo demás se lo debemos a Dios, el Dador de toda buena dádiva y todo don perfecto.
Foto: Oliver Rütten