Una recepción jubilosa acaba en desastre

Todo empezó muy bien: la multitud tendiendo ramas de los árboles en el camino, aclamando, celebrando. Están festejando la llegada de su rey. Le lanzan besos con la mano, le extienden los dos brazos y están llenos de buenos pensamientos hacia Él. Pero pronto la celebración se descontrola.

Un sueño que se hace realidad y termina siendo una pesadilla. Un hombre milagroso, dicen. Un buen predicador. Uno de ellos. La gente no ve un espectáculo como éste todos los días. Jesús deja que actúen, sabe que ha llegado su hora. El júbilo se convierte en agitación, malestar, odio, acusación y muerte.

El Domingo de Ramos tiende su alfombra roja en dirección a Gólgota, empapado de sangre y mortal. El Mesías, tan aclamado al principio, es maltratado apenas unos días después. Todo esto sucede en la misma ciudad –Jerusalén–, ante el mismo pueblo que lo había recibido con tanto júbilo antes. Exteriormente no ha cambiado nada, solo su actitud, su estado de ánimo se convierte en lo contrario. El “¡Hosanna, salve!” se vuelve “Sea crucificado”. ¡Qué situación tan macabra!

Lo interesante son los detalles:

  • ¿Por qué un asno?

El asno es un animal no bélico. Los caballos se utilizan para ir a la batalla, no los asnos. Incluso las antiguas escrituras predicen que el Mesías vendrá como Príncipe de paz. No cabalgará en un caballo alto, sino que se abrirá camino con humildad y sin pretensiones. La multitud no entendíó este detalle, tal sutileza pasó desapercibida.

  • ¿Quiénes eran los que se alegraban?

Estaban orgullosos y llenos de esperanza. La ocupación romana los había cambiado. Se sentían de segunda clase, oprimidos, castigados. Sin embargo, eran el pueblo de Dios, los elegidos. No es de extrañar que su rabia hiciera hervir el caldero. El pueblo nunca debe sufrir bajo la tiranía y el dominio extranjero. Así que el rey que venía sobre el asno llegaba justo a tiempo. Y cuando resultó que no quería ser un belicista sino un pacificador, el caldero rebalsó.

  • ¿Qué dijeron los escribas?

La élite religiosa vio su supremacía en peligro, porque los fariseos y los escribas no solo eran maestros de religión, sino también políticos con ansias de poder. Y no se echaron atrás.

  • ¿Y los romanos?

A los romanos no les importaba Jesús. Toda esa charla de un Dios todopoderoso, de un Salvador redentor que se suponía que venía justamente de Israel, era profundamente sospechosa para ellos. Las autoridades de la ciudad de Roma solo tenían un interés: La eterna agitación en el punto conflictivo de Jerusalén debía calmarse bajo cualquier circunstancia, con mano dura y cálculo político.

  • Jerusalén, ¿dónde más?

Que el camino de Jesús termina en Jerusalén está claro. La ciudad no era solo la capital: Jerusalén era la Sion elegida, la señal de identidad del pueblo. Allí estaba el templo central, allí estaba el centro del mundo, allí latía el corazón judío. Y si el Cristo tenía que sufrir y ser colgado, era aquí, en esta ciudad. Desde aquí, la cruz brilla en todo el mundo como símbolo del seguimiento cristiano. El cristianismo comienza en Jerusalén.

¿Qué habríamos hecho nosotros?

“No nos enojemos con Jesús, sino que recibámoslo, recibamos su palabra, su actitud en nuestro corazón. Para llegar al reino de Dios no alcanza con venir al Servicio Divino, orar, traer ofrendas y vivir de acuerdo con las reglas”. Pensamientos del Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider. Y, además: “¡No negociemos con Dios! Muchos cristianos se dirigen a Dios para decirle: Yo te doy algo, pero también espero algo de ti, una contraprestación”. ¿Crees esto?

Esto está relacionado con una pregunta decisiva: ¿Quién fue ese Jesús de Nazaret? El que cree que fue solo un ser humano, tiene problemas con Pascua. Pero el que cree que Jesús es el Cristo, puede creer en su resurrección de los muertos. El llamado pascual: “¡Ha resucitado el Señor verdaderamente!” pondrá fin al tiempo de la pasión.

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Peter Johanning
27.03.2021
Domingo de Ramos