Un clamor de esperanza

“Elí, Elí, ¿lama sabactani?”. Este es quizá el lamento más famoso de la historia del mundo. Muestra la manera de afrontar la pena y el dolor. ¿Por qué es bueno arrojar el sufrimiento a los pies de Dios?

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Estas son algunas de las últimas palabras de Jesús en la cruz. Pero lo que suena tan desesperado ya contiene las semillas de la esperanza, pues el moribundo pronuncia, es más, ora, el comienzo de un salmo.

El mejor ejemplo

Es el número 22, el vecino discreto del gran cántico “Jehová es mi pastor”. Y comienza por lo bajo: “¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes”. ¿Quién no ha tenido esta experiencia?

“He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron”, continúa Salmos 22: “Mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas”. ¿Hasta dónde se puede llegar?

Pero entonces el viento cambia de repente: “Mas tú, Jehová, no te alejes; fortaleza mía, apresúrate a socorrerme”. Y “en medio de la congregación te alabaré”, porque “de Jehová es el reino, y él regirá las naciones”.

El modelo básico

No se trata de un caso aislado. Muchos salmos comienzan con un lamento y terminan llenos de esperanza, a veces incluso de alegría. Incluso la disposición de los 150 salmos sigue en general el recorrido temático que va de la lamentación a la alabanza.

En ninguna parte de toda la Biblia el lamento de una sola persona se queda estancado en el valle de la desesperación. Sí, la invocación (“Señor, Dios mío”) va seguida primero de un grito de dolor. Pero pronto llega la petición (“Ayúdame”) y luego la declaración de confianza (“Porque tú puedes”). Y al final, todo se disuelve dando lugar a la alabanza y la gloria.

¿Un modelo para los creyentes de hoy?

La aplicación

Ciertamente, porque en principio, la lamentación –junto con la petición y el agradecimiento– es otra forma –o incluso un posible componente– de la oración.

El Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider, por ejemplo, lo demostró en la oración inicial del Servicio Divino de consuelo tras el fallecimiento del Apóstol Mayor en descanso Richard Fehr: “Hemos orado para que se recuperara. Pero no nos has respondido. Y ahora estamos tristes. Y necesitamos tu consuelo”. Así, Dios, ahora ya lo sabes.

El efecto

Orar funciona ¡y lamentarse ayuda!

  • Lamentarse es un alivio: Tal vez sea la primera vez que se expresa implacablemente una realidad dolorosa. Elimina el peso de lo indecible y la presión de la negación.
  • Lamentarse genera cercanía: Quien comparte su pena y su dolor con Dios no se aparta de Él, sino que se vuelve hacia Dios.
  • Lamentarse fortalece la confianza: Porque quien confía su sufrimiento a Dios también confía en que Él puede ayudarlo.

Alivio, cercanía, confianza: el lamento es el gemido de la esperanza y el tomar aire para suspirar, que se llama consuelo. Y por encima de todo esto está la certeza: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”. Entonces ya no habrá “por qué”. “En aquel día no me preguntaréis nada”.


Foto: Studio OMG

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Fecha:

Andreas Rother
06.08.2024
Estudio de la Biblia