Describir algo único con palabras corrientes
Jesucristo realmente tenía un estilo propio para predicar. Decía las verdades más profundas con las historias cotidianas más sencillas y breves. Sin embargo, para comprender el misterio y el mensaje que había detrás de las parábolas, a la mayoría de las personas les faltaba algo.
Cristo hablaba repetidamente en parábolas, que eran elementos eminentes de su prédica. Sus imágenes eran tomadas de la vida cotidiana de las personas y correspondían al horizonte de experiencias de los oyentes. ¿Quién no ha estado desesperado al perder la última moneda o algo de valor y lo ha buscado por toda la casa? La parábola del hijo pródigo no es una excepción. En aquella época, muchos jóvenes se desprendían económicamente de sus familias y se trasladaban a las grandes ciudades comerciales para labrarse una existencia independiente. En la mayoría de los casos, las personas compartían las experiencias cotidianas de las parábolas.
¿Por qué parábolas?
Pero estas parábolas son mucho más que historias cotidianas. Siempre transmiten una idea básica. Jesús utilizó estas imágenes para predicar a las personas sobre el reino de Dios. Quería que sus oyentes comprendieran lo que significa que “el reino de Dios se ha acercado” (Marcos 1:15). Sin embargo, no todos podían o querían profundizar y buscar el verdadero mensaje.
Los propios discípulos preguntaron a Jesús por qué proclamaba su Evangelio de forma cifrada, utilizando parábolas. Cuando le preguntaron al respecto, Jesús se refirió a la profecía de Isaías (Mateo 13:10-17) que hablaba de corazones engrosados, de personas que oyen mal y cierran los ojos (Isaías 6:9-10). Esto describe la pereza y la rigidez de las personas.
El rechazo del mensaje divino
Al comienzo de la historia del Éxodo, Moisés y Aarón experimentaron una situación similar cuando se presentaron repetidamente ante el Faraón tratando de conseguir la liberación del pueblo de Israel. Una y otra vez oímos que el corazón del Faraón estaba endurecido y no abierto al mensaje de Moisés.
Así pues, el término “endurecido” describe mucho más que la simple incredulidad. Es el rechazo consciente del mensaje divino y de la voluntad de Dios. Es la persistencia en un comportamiento que se considera agradable, la propia comodidad y complacencia. Es negarse a escuchar los cambios que son necesarios.
La fe como clave
Tal vez sea precisamente por esto que Jesús hablaba a la vida de sus oyentes. Intentaba sacudirlos, sorprenderlos y crear momentos de asombro y de euforia. Quería que comprendiesen el reino de Dios no como una verdad abstracta, sino que lo relacionaran con su propia vida. Y así, los propios oyentes se enfrentaron repetidamente a la decisión de cómo abordar esas parábolas. En la epístola a los Corintios se describe con acierto esta zona de tensión en relación con la palabra de la cruz: “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Corintios 1:21).
Para el creyente se hace tangible la realidad de Dios.
Jesús mismo interpreta
En esta línea, Jesús interpretó Él mismo una parábola: la del sembrador.
En esta parábola, la semilla cae en un terreno diferente. La semilla representa la palabra de Dios, que se desarrolla de manera diferente según el terreno.
Junto al camino
Esta imagen corresponde a las personas que oyen la palabra de Dios, pero no pueden entenderla.
En pedregales
Las personas pueden recibir la palabra de Dios, pero la semilla no echa raíces profundas. En cuanto la situación de la vida personal se deteriora, la palabra es rechazada y la semilla no puede desarrollar ningún fruto.
Entre espinos
Las personas pueden aceptar la palabra de Dios y esta puede echar raíces. Pero las preocupaciones por los acontecimientos del mundo o incluso la riqueza engañosa pueden ser como espinas que ahogan la palabra de Dios.
En buena tierra
Para las personas que aceptan la palabra y se orientan en ella, esto puede conducir a un crecimiento múltiple.
Pequeña semilla, gran efecto
Jesús anima repetidamente a sus discípulos con parábolas que evidencian que Dios puede hacer grandes cosas. El sembrador solo puede influir hasta cierto punto en la tierra en la que cae la semilla. Las parábolas del grano de mostaza o de la levadura también lo dejan claro: el ser humano solo puede aportar una pequeña parte y, sin embargo, de forma misteriosa se generan grandes cosas.
Un estímulo para todos aquellos para quienes la prédica del Evangelio puede resultar frustrante porque la semilla no cae en terreno adecuado. En el Evangelio de Marcos, Jesús se refiere al poder de la semilla que crece por sí misma: “La semilla brota y crece sin que él (el hombre) sepa cómo” (Marcos 4:27).
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Simon Heiniger
11.07.2024
Biblia,
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