¡Los cristianos deben obrar cristianamente!

Al hombre se lo reconoce por sus obras, se dice. ¿Qué tiene que ver esto con la fe cristiana? Mucho. Pues solo el que obra cristianamente, es un verdadero cristiano. De las prédicas dominicales del mes que viene.

¿Quién eres? ¿Quién quieres ser? ¿Y cómo te conocen las personas? No son preguntas de un seminario de autodescubrimiento para directivos, sino temas bíblicos. Ya Jesús previene de la hipocresía y el engaño. Pero a las personas igualmente les gusta andar por el mundo con una máscara. Algunos tienen miedo de mostrar su verdadera identidad. Quizás se avergüencen o se sientan culpables por deficiencias que no hayan podido resolver. Otros son enormemente alegres, dichosos y más chistosos de lo que realmente tienen ganas. Son los juglares de nuestra época.

Todos saben que las apariencias muchas veces están muy lejos de la realidad. También los cristianos deben preguntarse si ellos solo son cristianos de nombre o si verdaderamente irradian las virtudes cristianas. "¿Eres un cristiano por confesión, o también lo eres en los hechos?". Es un antiguo canto de la Iglesia con un texto muy profundo. Las prédicas dominicales de agosto brindan indicaciones sobre cómo puede vivificarse la Confesión de fe cristiana en la vida de todos los días.

La verdad vence a la mentira

La serie comienza con la veracidad. Una verdad a medias será tarde o temprano una mentira completa, reza el dicho popular. Y en la Escritura dice: "Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros" (Efesios 4:25). ¿Pero cómo puede lograrse? Tomando a Jesucristo y su conducta como modelo para la propia vida. Imitarlo cuesta, pero es eficaz. La veracidad no solo debe ser válida en la vida cotidiana, sino también en la fe. No debe ser falsificada ni mezclada con otras doctrinas. El que niega la muerte de Jesús en sacrificio y su resurrección, está falsificando el Evangelio. Los cristianos vencen estas falsedades solo por medio de la verdad.

Los celos y la codicia destruyen todo

En la prédica del segundo domingo se da a conocer que los celos y la codicia son factores de riesgo muy peligrosos para la comunión y señales de falta de convicciones cristianas: "Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa" (Santiago 3:16). La avaricia, el amor al dinero, el deseo por lo ajeno, todo esto hace peligrar la paz. Como seres humanos estamos rodeados de todo ello e incluso en nuestro interior se libra esta batalla entre el bien y el mal. Pero lo que debe primar es la sabiduría, la conducta prudente, acreditada por la experiencia de vida y agradable a Dios. Una comunidad en la que han ganado lugar los celos y contiendas, no puede sobrevivir, pues en ella predomina el desorden y todas las maldades posibles.

Sin respeto no hay armonía

Una persona sin respeto es como un árbol sin hojas. Nada recuerda su verdadero significado. El último domingo de agosto, el tema de la prédica trata sobre el respeto. El verdadero seguidor de Cristo tiene claro que la humildad y la valoración pueden vencer a la contienda y la vanagloria. El dicho que se suele escuchar: "Si cada uno piensa solo en sí mismo, yo entonces pienso en mí", aunque suena divertido, tiene consecuencias terribles. Pues la contienda y la desunión son ramificaciones del excesivo individualismo y por eso no le quedan bien a ninguna comunidad cristiana. La armonía convierte a la comunidad en una buena comunidad. La armonía, no el igualitarismo. Las diferencias de cada uno merecen ser promovidas. Todos deben involucrarse con sus diferentes dones y capacidades en bien de todos. La humildad ante Dios y la valoración al prójimo son las escalas de valores de una vida plena en la comunidad.



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Peter Johanning
30.07.2019
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